miércoles, 10 de febrero de 2016

MARINA NÚÑEZ: DE LO ABURRIDO A LO INSUSTANCIAL.


MARINA NÚÑEZ: EL FUEGO DE LA VISIÓN
            SALA ALCALÁ 31: 17/12/15-27/03/16

Siempre he dicho bien alto que soy amigo de la teoría. Pero, saliendo de la exposición de Marina Núñez (Palencia, 1966) en la Sala Alcalá 31 de Madrid, solo una pregunta sacudía mi mente: ¿Cuánta teoría hace falta para digerir esto? No lo sé pero la culpa, sin duda alguna, era mía: después de moverme más de media hora por una exposición de la que no conseguí entender nada me costaba despertarme del mal sueño.   
Y eso que la cosa había empezado bien. Por lo menos, claro está, para lo que son mis gustos: nada más entrar una proyección llenaba a lo grande dos muros laterales donde la vigilancia escópica hacía de las suyas. Superponiéndose a planos de viviendas, aparecían ojos y más ojos aludiendo a ese enjambre de visión hipertrofiada e hipervigilada en que se ha convertido nuestra subjetividad. Habitamos en el centro de una omnivisión a la que no podemos dejar de idolatrar hasta el límite de convertirnos también nosotros en imagen. Somos un ojo que mira, que mira cómo somos miramos. Me acordé como novedad de Leibniz y continué ufano mi marcha.
Pero ahí se acabó todo. Pasando a la siguiente sala otra proyección –El fuego de la visión (David)– llenaba ahora tres muros: en ellos, ojos y más ojos crecían a partir del desarrollo de un pliegue que creaba la concavidad para el surgimiento del órgano ocular. No sé si bien o mal pero me acordé entonces de Bergson y, sobre todo, supe que aquello ya no se salvaría.
Y es que lo demás eran ojos, cientos, miles de ojos haciendo de las suyas, hilvanando un discurso el cual, a pesar de disponer de las claves, resultaba incomprensible. Porque, lo curioso, lo que me lleva a calificar la exposición de fiasco, es que no se trata de hermenéutica de alto standing ni de juegos de interpretosis difícil de pillar: está todo bastante claro y, pese a ello, no se entiende nada. Si la sala de abajo fue decepcionante –incluido el cártel de “Salida de emergencia” en medio de la pieza Ciudad Fin anulando parte de su poder de sugestión– la de arriba es, en el mejor de los casos, catastrófica.


Pero, aun dejando claro cuáles son mis pareceres, digamos algo para así no valernos simplemente de un juicio de valor de quien –el que esto escribe–, simplemente, pudo tener una mala tarde y no supo ver más en profundidad. Porque, a decir verdad, en el discurso de Núñez se intuyen, a nuestro juicio, intereses sumamente válidos. Sobre todo aquel gesto de recorrer el camino inverso de una visión que ha terminado por conquistarlo todo: si ahora vivimos en el afuera constante de una realidad que la construimos a partir de numerosas mónadas que ven y que son vistas, Núñez parece dirigir su atención al propio órgano de la visión: el ojo, ahí donde la visión nace.
Con esa involución quizá Marina Núñez nos quiere decir que la realidad no es simple e inocentemente lo que se ve, sino que es un constructo cimentado sobre un acto de mirar sumamente irracional ya que esconde en su seno multitud de recovecos invisibles para el propio ojo que está mirando. Y, mutatis mutandis, quien dice “ojo” como órgano de la visión, dice sujeto como subiectum debajo de ese continuum en el que, como panóptico invertido, estamos sumidos. Así pues, su trabajo se dirige a meterse dentro de la visión –y del sujeto que ve– para ver lo que ahí se cuece y que queda sin verse en el propio acto de ver. En suma: ¿qué hay oculto, invisible al propio ojo, inasible al propio sujeto, que modula al propio órgano en su acto de ver, que modula al propio sujeto en su acto de construir un mundo-imagen global?
Para responder a ello Núñez recurre a espacios metafísicos en la onda de de Chirico pero remozados y pasados por la turbomix de lo freudiano. Podría decirse entonces que sus obras son surrealistas, pero no estaríamos del todo en lo cierto. En todo caso, es sin duda ahí donde se vertebra el nudo axial de su discurso, en el volver la mirada a los ámbitos ocultos de una razón que se aplaude a sí misma de su propio constructo: el sujeto postmoderno.
De este modo, su trabajo resulta enternecedoramente romántico ya que, sin miedo a lo trillado, Núñez modula el espectro de la realidad en antagonismos: fuera y dentro, exterior e interior, racional e irracional, sueño y realidad. Situándose en ese entremedias ontológico, la artista palentina apuesta por construir otro sujeto capaz, este sí, de contar con esa cavidades invisibles a la propia visión, con esos deseos ocultos incluso para el propio yo, con ese “ojo” que no puede verse cuando ve. De ahí que la idea de cyborg atraviese su obra: un sujeto que no necesite ya ámbito oculto alguno sino que, como máquina, lo incorpore a sus procesos de construcción identitaria.


Y es aquí donde se puede rastrear una razón que dé cuenta de la desorientación manifiesta en que encalla esta exposición. Y es que, pensamos, Núñez incurre en una paradoja difícil de descubrir pero que está ahí desde el principio. Si por una parte Núñez tira de melancolía romántica, por otra apuesta en toda regla por la eclosión cibernética del sujeto como cyborg. Quizá a muchos ni frío ni calor, pero pensamos que si por una parte se señala a esa parte invisibilizada por una Razón que no tiene tiempo para detenerse a mirar los despojos, por otra se apuesta por lo que, al menos para nosotros, no significa sino el despliegue absoluto del Sujeto Absoluto capaz ahora ya de cerrar tras de sí toda fractura ontológica –la última la que media entre el yo y unos deseos que ya sí se satisfacen en su totalidad: el sujeto-cyborg. Ver en el sujeto post-humano una salida más que digna a las tropelías de la razón y comprobadas por los románticos no es sino darle más carnaza a esa propia razón para que concluya su trabajo de demolición y derribo. 
No obstante no seamos tan radicales y dogmáticos. Apostamos, sí, por el cyborg, pero lo cierto es que siempre  se nos aparece el alien que no dejamos de ser: esa parte de nuestro yo que no dejaremos de temer por desconocido, ahí donde habitarían nuestros sueños más ocultos. En definitiva: la obra de Núñez retoma el “Yo soy el otro” de Rimbaud para darle una formulación propia de estos tiempos: “Yo soy el alien”.
 De esta forma, y en definitiva, en sus obras opera el sinsetido o la perogrullada: o la inconsistencia de querer sumir los resortes de lo fragmentario y oculto dentro del yo-cyborg, o la perogrullada de que el acto de ver –donde se centra la artista– es un acto profundamente ideológico que oculta a ese alien que todos llevamos dentro. En todo caso, tanto uno como otro, ofrecen un conjunto de obras donde más que fuego y ardor, se siente un frío gélido, la pasmosa sensación de estar viendo una y otra vez la misma obra: un ojo que parece querer decirnos algo pero que, el pobre, no sabe hablar. Porque, a las claras, cyborg o alien es ya mucho decir: lo que nos consta es una exposición profundamente aburrida donde, más allá de los esténtores subliminales de lo oculto debajo de un ojo-máquina, uno termina por no entender nada. 
En el texto de José Jiménez, a la postre comisario de la exposición, se lee: “En consecuencia, ¿qué pasa hoy con la imagen en una civilización que vive de manera creciente en el entramado de lo digital y lo virtual, en Internet y el ciberespacio?” Pues, ciertamente pasan muchas cosas, pero pocas de ellas se adivinan a partir de la obra de Marina Núñez.

2 comentarios:

  1. Te felicito, es raro leer críticas que no estén dictadas por la amistad, el corporativismo y la conveniencia. La exposición, yo también la he visto, es una mierda. Por cierto, tu facebook sigue sin funcionar.

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  2. Pues sí, bastante mala en términos generales. Lo de ser raro lo es, pero creo que tampoco hay que buscarle demasiada explicación: sinceramente es un aburrimiento escribir de una mala exposición. Lo del perfil de FB lo sé, a ver si se soluciona. Gracias por comentar!!

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