domingo, 21 de septiembre de 2014

DANIEL CANOGAR: EL FUTURO COMO TECNOLOGÍA O LA DIALÉCTICA DE LA OBSOLESCENCIA


DANIEL CANOGAR: SMALL DATA
GALERÍA MAX ESTRELLA: 11/09/14-31/10/14

El pasado día 9 de septiembre Tim Cook, comandante en jefe de las operaciones tras la muerte del Gran Hombre, presentó el iPhone6 y, a partir de ahí, la historia se reduce a una serie de colapsos: el del streaming para poder ver el ‘evento’ en directo, la de las tiendas online (se dice Apple Store) donde se reserva el gadget y, de rebote, la de iTunes, plataforma que también se vio superada por la cantidad de usuarios conectados para descargarse el nuevo trabajo de U2, quienes aprovecharon el tirón mediático de la secta Apple para presentar sus nuevas canciones.    
Una semana antes, el 1 de septiembre, el artista español Daniel Canogar (Madrid, 1965) estrenó su trabajo para la Midnight Moment, un proyecto de la Times Square Alliance que presta las 47 pantallas de la famosa plaza a un artista durante los tres últimos minutos de cada día. Es el primer español en ser invitado pero no es el primer español en “ocupar” Times Square: Antoni Muntadas ya estuvo allí en 1987 con su This is not an Advertisement. Pero en aquel tiempo (no hace ni treinta años) solo había una pantalla…
De estos dos acontecimientos solo puede quedar una cosa clara: el mundo ya no es una pantalla en Times Square, el mundo ha devenido una multipantalla donde, si quieres ser alguien, debes de estar mirando. Y, para ello, un único efecto: el tiempo -fugándose en cada imagen, diluyéndose casi hasta la nada más absoluta, provocando experiencias cada vez más mínimas- se ha comprimido hasta ser apenas un  parpadeo entre imágenes. El tiempo, como operador diferencial de repetición en el seno de la imagen, ha implosionado y ya, irreversiblemente, tiende a cero, al nivel entrópico que maximiza beneficios, que consigue que la fluídica libidinal como constructo subjetivo principal funcione a marchas forzadas.


Y es en este punto donde, también hace pocas fechas, Daniel Canogar ha presentado su última exposición en la galería Max Estrella con un único concepto en mente: concretar estéticamente como el palabro “obsolescencia programada”, a pesar de ser uno de nuestros principales enemigos, es también el chupa-chup que más nos gusta, nos seduce y nos excita. Es decir, podría pensarse: nos quejamos de puro vicio.
Y nos gusta, nos seduce y nos excite porque nos promete lo imposible: que el futuro no hay que esperarlo porque está ya aquí. Aunque, claro está, ese “aquí” es fantasmático y abre en su propio seno la fractura por donde se drenan todos nuestros deseos y terminan, como la tecnología, en una obsolescencia constante. Es decir: el futuro está ya aquí para decaparlo, para hacerlo ya inservible, para que únicamente pueda ser experimentado como retrasmitido, online o live global. Sabedores de que el tiempo infringe su cuota de dolor, nos pasamos por niños de teta para desear el futuro pero, en todo caso, desearlo ya.  Para que, en definitiva, no suframos.
Canogar, mientras pasaba una temporada en el mismísimo epicentro del mundo-global (Sillicon Valley), empezó a frecuentar chatarrerías y otros cementerios donde van a morir las tecnologías obsoletas. Así, casi como contraréplica a la investigación que estaba llevando a cabo sobre el concepto de Big Data, empezó a trabajar como un arqueólogo con esos desechos. Ahí pudo comprobar que, en esta sociedad de la información, no somos sino esquejes prendados a cualquier pantalla capaz de decodificar unos sueños que ya, de imposibles, hemos olvidado.
Dotar de nuevo de vida, como hace Canogar, a esa basura semiespacial, es señalar ahí justo donde más nos duele: que ya, de puro inoperantes que somos, solo sabemos manejar maquinitas; que de puro incapaces que somos, dejamos nuestros sueños más importantes a cachivaches que construyen ególatras californianos (y, según tengo entendido, machistas y –esto lo añado yo– pajilleros). Seguro que cuando Bejamin dijo aquello del artista como trapero –en alusión a esos sueños mesiánicos que ya en su época dormían entre la basura– no se imaginaba el calado de nuestra catástrofe.


Total, que si toda tecnología, aunque señalaba al futuro más abismal, termina por caer más pronto que tarde en el baúl de los deshechos, es su obsolescencia –por mucho que nos revelemos por ese adjetivo “programada” y que, cínicamente espolvoreamos, nos hace revolvernos en nuestra bien aprendida pseudo-emancipación– lo que nos permite seguir con esta tarea tan nuestra de no darnos por enterados, de seguir esperando la siguiente pantalla, el siguiente gadjet, la siguiente gilipollez.
Seguro que con ella entre nuestras manos (el objeto fálico, a-significante) seremos más felices, seguro que podremos contener la respiración un poco más antes de, de nuevo, despertar. Con todo, puede quizás que la catástrofe habite definitivamente ene nosotros y ya, entre corte de respiración y corte, lleguemos a olvidar incluso de qué teníamos miedo.
Estos small data de Canogar al menos hacen que la pregunta no se pierda entre dispositivos tecnológicos, consigue que la cuestión de la que nosotros somos respuesta no quede en manos de emprendedores de startups. Y es que la tecnología es tan importante que -igual que el arte no puede quedar en manos de artistas- no puede quedar en manos de adolescentes hormonados.
En fin…la pregunta por la técnica, ahí donde Heidegger por fin encontró a Marx y ambos encontraron a Hegel para decirnos que, invirtiendo la dialéctica, es donde habita el peligro donde está también lo que nos salva. Estos artilugios resucitados no nos salvan pero al menos hacen que no nos condenemos de una vez y para siempre.


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