lunes, 18 de agosto de 2014

QUÉ Y CÓMO IMAGINAR: IMAGINACIÓN AL PODER O EL PODER DE LA IMAGINACIÓN


CINE BOGART: IMAGINAR UN EDIFICIO
CENTROCENTRO: 09/05/14-12/10/14

En un tiempo en el que nuestro mundo-imagen se está convirtiendo a marchas forzadas en un gran decorado, en un hipertrofiado duty-free global, lugares como el que esta exposición glosa nos hace resarcirnos mínimamente consiguiendo, eso sí, que caigamos en una pasmosa melancolía de la que cuesta despertar. Melancolía porque uno, por edad, recuerda haber entrado allí a finales de los noventa más de una vez para ver alguna película.
“Ver” quiere decir aquí “ver como se veía antes”: es decir, sin necesidad de peregrinar a algún horroroso centro comercial donde hacer cola junto con decenas de granudos y bulímicas adolescentes esperando que la sala donde programan la única película apta para públicos con alguna inquietud más allá de la de ver cómo el superhéroe salva por enésima vez al mundo tenga al menos más de cinco filas y el sonido no se solape con la sala contigua. Pero en fin, no mezclemos cosas…
El asunto es que en CentroCentro (un dislate espectacular consagrado a la nada más absoluta, un pleonasmo de edificio que ayuda sin duda a comprender este mundo como una entelequia en estado preapocalíptico) han tenido a bien proponer una exposición mínimamente digna: esta que nos ocupa y que trata de reflexionar acerca del estado suspensivo en que se encuentra el Cine Bogart. Así, a medio camino entre el urbanismo, la arqueología y la reabsorción de potencialidades utópicas, la exposición propone la obra de seis artistas capaces de abrir una grieta en el cierre que, por el momento y desde el 2003, pesa sobre el antaño Cine Bogart.
Es desde un punto de vista bien preciso desde donde esta exposición se propone como crítica: qué mundo es este, qué noción de gran ciudad estamos construyendo si espacios como el del Cine Bogart se resuelve como inservible, como un resto fosilizado de lo que antaño fue una ciudad dinámica que bullía al ritmo frenético de las sensibilidades de sus propios ciudadanos y no, como ahora, al son monocorde del imperio de la franquicia, del moll y los multicines.


La exposición, centrándose no solo en el actual estado de cerrado, sino también en la historia que el espacio tiene tras de sí, reflexiona sobre el actual estado de demolición en el que se encuentra la cultura y la red de conexiones socio-políticas desde la que emerge. Y es que la exposición, sobre todo en su preámbulo con un estupendo video, recorre la historia centenaria del enclave para dar cuenta de un espacio modular que ha sido tantas cosas como lo ha sido la propia ciudad de Madrid: teatro, frontón femenino, club, cabaret, casino, cine, etc.
            En el susodicho video, un historiador de la arquitectura de los teatros de Madrid señala con gran acierto que el Cine Bogart está simplemente esperando aparezca el definitivo espectáculo del siglo XXI: así, el espacio no está definitivamente cerrado, sino en hibernación, esperando otro desplazamiento más en el conjunto de sensibilidades que ordenan el espacio público, otra tirada de dados que abra el foco a ciertas parcelas de visibilidad cerradas hasta ahora.
Y es ahí, sin duda, donde habría que poner el acento: no ya en las historias encerradas en su ya-sido sino en la temporalidad que se condensa aún entre sus cuatro paredes. Es decir: apelar a nuestra responsabilidad como ciudadanos para rearticular algún sentido desde el que disponer visibilidades nuevas. Porque, ¿no es esto el arte y la cultura en general, el abrir el campo de visión a parcelas antes ocultas? Desde esta reflexión el cierre del Cine Bogart remite a una nueva posibilidad de que suceda lo imposible: un espectáculo que aliente la emancipación social del ciudadano y no ya una simple visión pasiva.
Así, tras el teatro, tras el club y el cabaret, tras el cine…¿qué nos quedará por ver? Digo “ver”, ahora, en una doble acepción: qué nos quedará por ver como decepción absoluta, y, también, qué nos quedará por ver, qué nos ofrecerán las nuevas tectónicas socio-políticas, donde pondrán el ojo para proponer un nuevo intento de emancipación. Pensar, en definitiva, el “Cine Bogart” desde estas coordenadas es pensar potencialidades futuras desde las que hacer emerger la posibilidad de la emancipación.


Esta veta es seguida por cada uno de los artistas aunque, por lo general, acentuando más bien el tiempo sedimentado, los restos de una historia que ya duerme el sueño de los muertos, la posibilidad de recuperar una memoria perdida que sea capaz de moldear nuestro precario futuro. Desde este punto de vista se trata de activar conexiones entre el ahora y el pasado, de reconstruir la memoria inmaterial del lugar, de resemantizar sus parcelas de invisibilidad, sus restos inservibles, monumentalizar su historia para proponer un nuevo por-venir (sobre todo la obra bien interesante de Allard van Hoorn).
Quizá sean Luis Úrculo y Marlon de Azambuja quienes más y mejor juegan con el visto y no-visto. Pero mientras el primero señala a los restos que se disuelven en la neblina para desaparecer, el segundo sí que dispara directamente a nuestra imaginación para hacernos la única pregunta aquí pertinente: ¿qué ves?, ¿qué eres capaz de imaginar? Porque lo que se ve en sus fotografías negras no es ya el pasado, sino el futuro, ese nuevo espectáculo que está por-venir.
Y aquí es donde todo toma forma: sin duda que tenemos que darnos prisa en imaginar porque, de no hacerlo, las tectónicas libidinales nos lo darán todo bien digerido. Y, ya sabemos, lo siguiente a imaginar por el mundo-capital es la catástrofe global, el espectáculo donde todo podrá ser ya-visto, donde ya no serán necesarios lugares como el Cine Bogart y donde entonces, definitivamente, podrá ser derruido.

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