miércoles, 20 de agosto de 2014

HANNE DARBOVEN: LA VIDA COMO DIFERENCIA Y REPETICIÓN


EL TIEMPO Y LAS COSAS. LA CASA-ESTUDIO DE HANNE DARBOVEN
MNCARS: 26/03/14-01/09/14

Si hay una palabra clave para entender la filosofía de todo el siglo XX esa es la de diferencia. Diferencia y repetición para comprender una dinámica interna del pensamiento que supera por mucho los condicionantes clásicos de la presencia y el presente. Y es que la importancia radical del pensamiento del siglo XX es darle vueltas una y otra vez a una perogrullada que cuesta pillarla del todo: que aquello que se repite no puede ser sino lo diferente. Este cuasi pleonasmo vertebra la totalidad de lo dado a pensar en las últimas décadas, suponiendo un descentramiento de las categorías previas y una novedad radical en el conjunto de las experiencias y vivencias propias del sujeto moderno. 
De los ensayos deconstruccionistas hasta la consideración del ‘yo’ como máquina perversa de repetición, pasando por toda consideración ético-política a la otredad y, sobre todo, apuntalando una hermenéutica como disciplina capaz de comprender el ser en toda su temporalidad, la lógica de la diferencia ha sacudido y agujereado todo lo que antaño se consideraba emplazamiento firme y rocoso. Total y resumiendo: no hay repetición que no suponga una diferencia, no hay diferencia que no se sostenga en la repetición. 


Y todo esto, ¿a cuento de qué? Pues muy sencillo: a cuento de una magnífica exposición que hasta el próximo día 1 de agosto ocupa la planta tercera del MNCARS, una exposición que como indica su propio título alude al tiempo y a las cosas: al tiempo que pasó Darvoben en su casa-estudio y a las cosas que reunía-coleccionaba-creaba; o, quizá, a la experiencia temporal de un crear-guardar cosas, o, también quizá, a la extraña conexión vital que hay entre el guardar cosas diferentes, crear obras aparentemente idénticas y habitar un espacio común donde ese hacer-coleccionar se comprenda como un proyecto de envergadura existencial.
Sea como fuere -cualquiera de los tres “quizás” a los que hemos aludido- lo cierto es que la vida y la obra de la artista, la diferencia y la repetición, modulan una existencia que supera por mucho el hastío de la serialización repetitiva y la pulsional actividad de apilar cosas. Afirmaciones como éstas, claro está, hay que razonarlas: ¿qué diferencia hay entre el síndrome de Diógenes y la casa-taller de Darboven?, ¿qué diferencia hay entre la pulsión de archivo y la composición serializada de sus obras? Esa es la cuestión, hallar alguna diferencia.


Y la diferencia es, fundamentalmente, una: en lugar de atesorar y archivar por mor de un fervor desmedido por el presente, la obra de Darvoben se levanta ahí donde toda repetición no puede ser sino la diferencia que señala e incide en el lapsus temporal, en el diferir del tiempo respecto a sí mismo como regla cronológica (y hermenéutica) fundamental. Es decir, en vez de querer petrificar la fugacidad del tiempo en una pulsión archivística llamada a anestesiar la angustia del tiempo perdido, en vez también de querer fagocitar la impronta de un mundo que se deshace en diferencias espectrales inyectando orden y serialidad a un mundo caótico, Hanne Darboven se afana en vivir según las coordenadas de un tiempo que sabe necesita su otro: su sí mismo y su otro, su presente y su anacronismo, su nunca identidad consigo mismo.
Ambas series entonces, serialidad y diferencia, marcan un nuevo ritmo temporal: la serie lógico-conceptual de los números señalan el núcleo diferencial sobre el que discurre todo tiempo; la serie diferente de las cosas remite a la necesidad de una identidad global. Es en el centro mismo de lo idéntico donde está la diferencia; es en el núcleo de lo diferente donde podemos referirnos a lo mismo. Así entonces, cada nueva serialización lógica de números y cifras tiene su antagonismo en la ampliación de su colección de cosas. Ambas marcan, como fin, una única meta: abrir un boquete, una amplia grieta, en la lógica del tiempo como ente idéntico a sí mismo, como mera y simple presencia.


En este sentido, lo que nos ocupe quizá sea la diferencia que puede haber entre nuestra artista alemán y alguien como Bacon (y, obviamente, entre ambos estudios). Y es que si este último vivía atosigado por una compulsiva y febril existencia que no hacía sino beberse hasta la embriaguez, si no soportaba la tragedia de una vida para la que no hay instante en el que quepa el todo de su deseo, Darvoben sabe que el todo está en el instante siguiente, en el número siguiente, en el objeto siguiente. Es decir, para la artista alemana no hay totalidad alguna que no quepa en una nueva inscripción; ahí donde, de nuevo, ha sucedido todo otra vez.
Dicho de otra manera, si Bacon seguro sostenía que cualquier instante puede ser el de la salvación, Darboven vive en un mundo en el que sobrevivir es ya un triunfo, un mundo en el que el tiempo necesita remover potencialidades heterocrónicas, de un antes y un después, para poder adquirir la profundidad suficiente y no quedar barrenado en la lógica de lo mismo, del capital, del espectáculo o del simulacro.


Por último: ¿qué anida en el interior de la práctica estética de Darboven si no es una reflexión en torno al momento, loco según Kierkegaard, de la decisión? Y, junto con la decisión, una indagación acerca de lo traumático de nuestra época: que, en relación al momento de la decisión, cualquier momento vale tanto como el siguiente o el anterior. Es decir: la inversión absoluta de los fervores del tempus fugit. Si antes cualquier instante valía su peso en oro en cuento a suponer una originalidad fundacional, en cuanto valerse como posibilidad absoluta, ahora, en esta dromótica fluídica del capital, todo instante es un simulacro que apenas se sostiene, una evanescencia incapaz de resolverse en sí mismo si no es en el fracaso que se le supone.
Por tanto, de lo que se trata, la experiencia vital y estética de Hanne Darboven no es otra que hacer lo posible para salvar el tiempo. Pero salvar el tiempo no consiste en meterlo en una urna, en archivarlo para que no se fugue. Salvar el tiempo pasa únicamente por su comprensión como identidad siempre diacrónica, por su comprensión como diferir siempre idéntico. Llevar esto acabo no es sino cumplir la profecía de Zaratustra, tomar la decisión para dar el salto loco de Kierkegaard. Es decir, lo imposible en sí mismo. Imposible si no fuera porque siempre nos queda apuntar cifras, consignar números, atesorar objetos, coleccionar cosas….Es decir, situarnos estéticamente en el emplazamiento mismo de lo imposible.

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