domingo, 30 de marzo de 2014

VILA-MATAS: KASSEL O LA ILÓGICA DEL ARTE



“Vine a esta ciudad, vía Frankfurt, a buscar el misterio del universo y a iniciarme en la poesía de un álgebra desconocida”. Así, ni más ni menos, inicia Vila-Matas la conferencia que dio en la última Documenta de Kassel, un inicio, un acta de intenciones, que sorprende por lo mucho que parece exigirle a un arte que, sin lugar a dudas, lleva años escribiendo su epitafio. Y es que suele decirse del arte contemporáneo que goza de una mala salud de hierro lo que, traducido, viene a decir que por mucho que se lo atropelle, se lo vitupere o ningunee, el arte pareciera a cada instante resurgir de sus cenizas, cual Ave Fénix, para desplegar sus alas de querubín. Colas faraónicas a la entrada de exposiciones, el sector cultura como ámbito desde donde maquillar las cifras del PIB, el turismo cultural como la panacea que todo país quisiera para sí, etc, etc. Sí: nadie sabe muy bien qué es el arte, incluso, de tanto no saberlo se le intenta apedrear, pero sin embargo el interés que despierta es desopilante. Y, entre unos y otros, entre su caída y su ascensión, el arte escucha lo que de él se dice para, me figuro, quedarse atónito de las sandeces que se pueden llegar a decir.
En este singular libro Vila-Matas, de mcguffin en mcguffin, va recorriendo el sendero que lleva hacia el arte contemporáneo para mostrar que, a decir verdad, no hay afuera ni adentro del arte, no hay cosas que son arte y cosas que no son arte: el arte goza de una falta de exclusividad que, en estos tiempos de atrincheramiento, no es sino la garantía suprema de incomprensión. En este sentido, si el último libro de Vila-Matas se me antoja fundamental es porque evidencia el rasgo fundamental del arte contemporáneo pero que, sin lugar a dudas, parece olvidado en algún oscuro solar. Evidencia, digo, que el arte es ante todo una invención. No ya solo una invención del artista, sino que la experiencia estética que promete provocar en el espectador solo puede vivenciarse desde la invención.
Esa invención sobre la que se levanta toda propuesta estética es precisamente lo que el arte de esta época de la reproductibilidad mediática necesita olvidar para proponerse como consumo, como mercancía, como simple cosa que “hay que ver”. Para ello, como no, la noción de interés se ha adueñado del tinglado artístico para dar capotazos a diestro y siniestro. Esto es, decimos, se nos llena la boca, interesante: adjetivo que, a decir verdad, sirve para todo, desde la chorrada mayúscula hasta la sandez de turno, y que sobre todo nombra nuestra incapacidad para inventar, para inventarnos.
Y digo incapacidad por no decir, como debería de hecho decirse, frustración, impotencia o, como señala el propio Vila-Matas, catástrofe personal: “todo eso podía estar cargado de razón, dice, pero si algo venía yo detestando desde hacía tiempo eran los lugares comunes de las voces fatalistas que proyectaban su propia catástrofe personal sobre el mundo”. Aquellos que primero cogieron sus piedras para lapidar al arte fueron aquellos que vieron en el arte la coartada perfecta desde donde dar voz a sus mediocres existencias, a sus cortoplacistas ínfulas de grandeza. Que después les hayamos seguido los demás es algo inexcusable y que, de una u otra manera, ha de restituirse.
Para tal restitución, desde el título, Kassel no invita a la lógica, Vila-Matas teje y desteje invenciones, ficciones, anécdotas que vienen y van para, como conjunto, dejar la huella de una halo ilógico como emplazamiento original desde donde vivenciar estéticamente el mundo y la existencia. Es ese régimen ilógico de las ficciones lo que viene a ser arte. Ilógico…pero no imposible. Porque esa es la trampa fundacional de la razón: emparejar lo ilógico con lo que debe ser arrinconado, olvidado, negado y, todo ello, por imposible, por resto improductivo, por exceso inasible a la simbolización efectiva y que mejor nos valiera deshacernos de ella en cualquier descampado. Tan pronto Aristóteles señaló la diferencia entre el historiador y el poeta (el primero dice lo que pasó, el segundo lo que pasará o podría pasar), el arte tornó la mímesis en representación para, de esta manera, trayéndolo todo a la presencia, adelgazando la profunda temporalidad que anima todo acontecimiento, atar al tiempo en corto, adecuar cada existencia a lo que se espera de ella, crear una frontera respecto aquello otro que es imposible –impensable, indecible,… –, marcar, en definitiva un afuera y una adentro que no es más que el efecto de la propia razón intersecando con un mundo que, como la vida, nunca existe meramente.   
Así pues, inventar, fabular que diría Nietzsche, ser el otro que diría Rimbaud; “quizá la literatura sea eso: inventar otra vida que bien pudiera ser la nuestra, inventar un doble”, dice el propio Vila-Matas en El mal de Montano. Lo que se nos ofrece en este libro es un compendio de instrucciones, la prueba inefable de que el arte está justo ahí donde se le espera y que somos nosotros quienes tenemos que ir a su encuentro, no desde la barbarie del turista accidental, desde la pulsión de verlo todo del diletante ni siquiera desde el púlpito doctrinal del teórico o del crítico, sino desde el escándalo de aquel que inventa y se inventa, y que, sobre todo, barrunta que tal régimen de invención solo puede ser efectivo en el fracaso al que está condenado cada invención.
Y es que solo el fracaso es capaz de establecer la medida precisa para que no haya medida desde donde dar por sentado, desde donde poder proferir un “interesante” que cortocircuite el efecto estético y lo remite a una simple mediación de intereses fácticos. “Maldecíamos a los que preferían ignorar el riesgo solo porque les daban miedo la soledad y el fracaso; despreciábamos a los que no comprendían que la grandeza de un escritor estaba en su condición, asegurada de antemano, de fracasado; amábamos a los que juraban que el arte estaba sólo en el intento”, dice en cierto momento el autor. En el intento, en la mediación de siempre un intento que simula ser el último pero que en su intimidad sabe que no es sino un eslabón más en la cadena que deja tras de sí un rótulo: “el arte es algo que nos está sucediendo”, o, diría yo, el arte es aquello –aquél– que estamos siendo. Piniowsky, Autre, nombres que Vila-Matas se da para poder operar la sinrazón del escándalo que supone aferrarse a lo ilógico, a una vivencia que no tenga miedo en vadear los estertores del fracaso, del estar siempre en camino, proyectado a un tiempo de espera infinita. 


Ser muchos otros para poder reefectuar el envío que toda obra produce. Y es que –Vila-Matas, profundamente deconstructivista aún sin quizá serlo del todo– sabe que lo legible no tiene origen, es memorial, nos precede; que lo legible está siempre en camino, que no hay narraciones sino una sola y única narración que debe de ser continuada por todos, por todos aquellos que se sepan una invención de la propia historia que el arte –la vida y el mundo nos cuenta. Somos, en definitiva, la historia que el arte nos está contando y, en el preciso momento en que la historia (nuestra historia) llegue a su fin, moriremos. Moriremos aunque, también es verdad, viviremos eternamente en la promesa transferida a la comunidad del por-venir, a otros que, como nosotros, se inventaran otros yoes, otros recuerdos (“y qué raros son los recuerdos cuando son, además, inventados”, dice Joan Mayol, personaje de la novela El viaje vertical).
                Así, en definitiva, el tema del arte es solo uno: el de la autobiografía ficcionada y el de cómo tal invención va delineando una comunidad a la espera de que la historia sea dicha del todo. Tal espera es, lo sabemos, infructuosa: la historia no puede ser nunca dicha del todo porque todo decir es ya desde el principio la copia de un original que no está nunca donde se le espera. Pero, a pesar de tal fracaso –o, mejor, gracias a tal fracaso– podemos recordar, narrar, contarnos historias, sabernos historias, sabernos como efectos de una ficción que vamos siendo, que vamos existiendo.
El nudo gordiano de todo esto es el siguiente: ¿existe lenguaje privado? Si y no. No porque todo lenguaje remite a una alteridad dialógica, pero sí  porque todo decir, no habiendo modo de restaurar lo dicho, no es sino un desgarro en la interioridad de quien profiere el decir, una fragmentación en la idealidad de un yo que experimenta el fracaso de su espera al proponerse como otro y que, así, experimenta lo único que a ciencia cierta le cabe esperar: su muerte.
En una exposición que actualmente puede verse en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la que combina los textos de Ricardo Piglia y los dibujos de Eduardo Stupía, uno de las frases del primero dice lo siguiente: “después de tantos años de escribir en estos cuadernos he empezado a preguntarme en qué tiempo hay que situar los acontecimientos (…). Tiende al lenguaje privado al ideolecto”. Y es que toda narración, toda ficción, a pesar de quedar incardinada en un decir comunal que promete alguna vez decirlo todo, señala en primer lugar lo más íntimo del yo: su muerte, aquello que sólo a él apela y ante lo que, ya de ningún modo, cabe dudar en la respuesta.
Así pues, ya para concluir, Kassel, ciudad de nacimiento de los hermanos Grimm, autores del primer cuento que escuchó Vila-Matas en su vida, sirve de coartada a nuestro autor para continuar el cuento, para inventarse otros yoes, y, sobre todo, para dejar constancia que esto del arte no es cuestión de saber ni entender muchas cosas, sino que, las obras de arte, son solo dispositivos para hacer avanzar la historia, las historias. Lo único que hace falta es vivenciarlas, sentirnos y sabernos interpelados. Dice Derrida que la deconstrucción es un decir “ven”: no me atrevería yo a decir tanto del arte (sobre todo por no ser tildado de adolecer de interpretosis), pero lo que sí sostengo –y creo que con Vila-Matas– es que el arte es la manera mistérica que tenemos de referir nuestras historias a una historia común, de contestar –individual y colectivamente– a un “ven” que alguien, quizá del pasado, quizá del futuro (aunque lo más seguro es que coincidan) nos está implorando. “Pensé en la mente humana, totalmente indestructible. Y también que deberíamos meditarlo todo mejor y ser más felices”. ¿Cabe mejor promesa que ésta?

No hay comentarios:

Publicar un comentario