martes, 2 de julio de 2013

DE LA ARTESANÍA: ENTRE LA NOSTALGIA Y LA RUPTURA


ANTONIO BALLESTER: COBRE, COBALTO Y PLOMO

GALERÍA MAIESTERRAVALBUENA: 25/05/13-25/07/13


El arte tiene, desde su emergencia como tal, nostalgia del artesano. El arte siempre alude a la mitad que falta, a ese olvido fundacional que, pese a querer ser olvidado –el olvido del olvido- a través del concepto de sublime, no hace más que traumatizarle continuamente. El arte sabe; pero su propio saber –en contra de lo que pensaba Hegel- no le hace más autoconsciente: le hace más incapaz, más culpable de mantenerse aún con vida. El arte quiere exhortizar sus propios fantasmas pero no puede. Porque depende de ello; porque es solo a través de ellos como puede aún hoy en día erigirse como tal.


El arte, el arte al que me refiero, el que inicia el proceso llamado Modernidad, no es ningún proceso de ruptura –como se nos pretende hacer querer-, sino un nuevo modo de relación con lo antiguo. A este respecto Rancière señala que "el régimen estético de las artes no comenzó con decisiones de ruptura artística (sino) con decisiones de reinterpretación de lo que hace o de quién hace el arte”. No es la linealidad normativa de lo nuevo que sucede en oposición a lo antiguo, sino más bien un esclarecimiento de lo que es en cada oportunidad el arte establecido siempre en relación con su ha-sido, con el recorte de espacios y tiempos que planteaba.


¿Cuándo, por tanto, el artesano dejó paso al artista? Cuando las imágenes dejaron de pertenecer por sí mismas a la comunidad, cuando –por el contrario- cada obra de arte establecía en torno a sí una manera nueva de relación con el continuum social: cuando la obra suponía la encarnación de un nuevo arreglo entre pasado y futuro.


Lo que sucede es que en esa clarificación disyuntiva entre temporalidades, en esa lógica disensual de economías de imágenes que trazan ellas por sí solas un arreglo, nuevo en cada caso, con el continuum sensible de la sociedad, la nostalgia es infinita. Bien que en un primer momento, de manos sobre todo de Schiller y su programática “educación estética” la nostalgia aún rendía pleitesía a la posibilidad de redención y emancipación. Pero ha sido tal la bofetada, de tales proporciones el fracaso, que ya apenas nos queda sitio para llorar.




Así las cosas, y haciendo de la síntesis suspensiva del mesianismo de Benjamin lugar común, el arte contemporáneo trata de ejercitar su nostalgia sacando fuerzas de flaqueza. Es decir, tomar para sí como potencialidad los restos del naufragio. Echar la vista atrás, contemplar el campo de batalla de la historia, el reguero de víctimas y, desde ahí, encauzar la historia para que llegue puntual a su cita con su destino y servir, de una u otra manera, de enclave emancipatorio para la humanidad. O sea, seguir la lógica schilleriana pero con otros instrumentos.


La pregunta entonces es: ¿sirve esta estrategia para romper con el núcleo traumático-depresivo del arte contemporáneo o no son más que intentos por no salirse de la senda marcada por la estética idealista? Quizá no haya una respuesta definitiva pero lo que sí que está claro es que todo diálogo dialéctico con el pasado solo puede ir encaminado en operar un disenso heterogéneo que abra el tiempo a nuevas promesas. Para ello, visto lo visto, hay que dejarse de códigos teológicos-metafísicos y conciliar una idea de utopía como (no)lugar paradójico e indecible.


Así las cosas, y antes de entrar en más detalles, la presente exposición en la galería Maisterravalbuena de Antonio Ballester aduce la dificultad propia de todo el sistema-arte: dar por hecho, en su pertenencia al “sistema”, una distancia donde a duras penas logra levantar un par de palmos sobre sus intenciones. Fijado de manera apriorística como “arte” su supuesta desconexión queda mermada desde sus primados. Y es que Antonio Ballester quiere dar voz a ese olvido fundacional del Arte, quiere apostar por lo artesano para abrir distancias con lo consensuado…pero no tiene por menos que hacerlo dentro de la institución-arte, con lo que el gesto díscolo y de apostasía queda como poco adelgazado en sus presupuestos.



Pero Ballester parece saberlo y en sus obras no hay mucho espacio para inocencias: simplificación y reducción apuntan en él no tanto a un ya-sido como a posibilitar un futuro mejor. Sus dibujos infantilizados –si se me permite tal adjetivación– no tratan de operar un nuevo logro en cuanto a conquistas materiales del soporte-lienzo, ni a rastrear bajo la superficie algún significante vacío con el que desplazar el conjunto del sentido conquistado ya desde el principio por los mundos de la mercancía. Del mismo modo, en esta exposición, el remitirse ya desde el título a elementos primarios como el cobre, el cobalto o el plomo, no supone –o no tan solo- un rememorar nostálgico sino, y antes que nada, una nueva manera de hacer, un emplazamiento crítico con la ilación pensar/actuar dado por bueno por


De modo muy acertado Rafael Sánchez-Mateos Paniagua, en la hoja de prensa, apunta que “la artesanía no propone hoy el tranquilizador paraíso primitivo, sino que insiste en la crítica de cada gesto que pueda volverse condescendiente con la razón técnica e instrumental que, en alianza con el capitalismo pero también con la fe de muchos otros en el progreso, parece haber declarado la guerra a toda vida que se presuma libre e igualitaria”.


La palabra artesanía en Ballester pretende, por tanto, encender una heterogeneidad en el presente manufacturado y simulacionista del momento, pretende diseccionar la praxis para entroncarla con una mímica de lo fundamental, con un gesto relacional que no cosifique sino que establezca nuevas conexiones entre las cualidades de la materia prima y el mundo así creado. Artesanía entonces como emplazamiento político, no como un choque de lo antiguo y lo moderno sino como una reinterpretación de lo pasado que venga a salvarnos de la desolación tecnoexistencial.


La pregunta que queda por hacerse solo puede ser una: ¿es capaz esta oda casi elegíaca a lo artesanal de una manera de construir mundos capaz de mínima resistencia ante la ruina generalizada? El que la respuesta sea negativa tampoco significa mucho: cuando ni siquiera formas de homogenización publicitaria consiguen consensos a gran escala, pedirle cuentas al arte no es de recibo. Pero, ¿juega esta estrategia artesanal en otra liga diferente a la de la mercantilización adocenada de modos de vida, o no es tan solo un amaneramiento laxo, un vaciamiento conceptual que recae en los mismos clichés hipertróficos que su hermano gemelo –y especular-, el arte-arte? Pudiera ser.

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