miércoles, 8 de mayo de 2013

DECIR LO POLÍTICO: LA CHÁCHARA VACÍA


 
ANTONÍ MUNTADAS
GALERÍA MOISÉS PERÉZ DE ALBÉNIZ: hasta 26/05/13

 Después de la gran exposición que pudimos ver en el MNCARS el año pasado y otra en La Fábrica en el año 2009 y que ya reseñamos aquí, Muntadas vuelve a Madrid para firmar una muestra ejecutada magistralmente a pies juntillas de lo que son sus ejes más básicos y contundentes: una mirada crítica a la elaboración mediática de los imaginarios colectivos que dan forma a las sociedades actuales.

Pionero del arte conceptual y del media art, residente en Nueva York desde principios de los 70, Muntadas aborda temas sociales, políticos y de comunicación, como la relación entre espacio público y privado, la homogeneización cultural o la globalización, e investiga los canales de información, sobre todo los mass media, y las formas en que éstos pueden ser utilizados para censurar o promulgar ideas.

Su método no es de acoso y derribo sino que sucintamente introduce lo patológico en las conductas dadas por válidas para, desde ahí, hacer emerger lo aberrante de una ideología mediática capaz de homogenizar toda mirada en una visibilidad cosificada y regresiva. Superponiendo códigos, modificando las escalas de la producción medial, Muntadas se erige en un chamán que conjuga arqueológicamente los efectos de realidad producidos por el poder mediático de la imagen-signo para hacer efectiva la violencia sistémica en la que estamos insertados.

Siendo esto así, normal que la actual situación española sea un vertedero donde no es muy difícil toparse con esta sintomatología abusica del poder mediático actual. Y es que, para una economía del poder no cifrada ya en la simple posesión, sino en su producción, axioma fundamental de su voluntad es que, en aras de disponer de esta productividad lógica a escala máxima, ha de ser, sobre todo y antes que nada, representado, escenificado en una grandilocuencia cuanto más vacía mejor.
 
 

Desde la fotografía de Obama viendo la caza y muerte de Osama Bin Laden en un televisor, hasta nuestro Rajoy compareciendo vía pantalla de plasma, esta crisis parece haber acelerado la eclosión de una mediología del poder donde el régimen de visibilidad impuesto marca un punto de no retorno para un poder que es, antes que nada, un código simulacionista, una imagen catódica con infinidad de puntos nodales. Poder es, entonces, la imagen capaz de máxima visibilidad; ahí donde régimen escópico y visibilidad remiten la una a la otra; ahí donde el mirar y lo visto coinciden sin ser, ni mucho menos, lo mismo.

Si el poder es eminentemente medial es porque, como dice Rancière, “la política propia de esas imágenes consiste en enseñarnos que cualquiera no es capaz de ver y de hablar”. Rostros de gobernantes, de expertos, de periodistas especializados, junto con alguna que otra historia con la que, esta vez sí, dar voz a los silenciados, es lo que principalmente se nos da a ver y a consumir. Así, la lógica del capitalismo tardío tiene en la distribución y producción de imágenes a su mayor aliado. Y es que su lógica sigue a pies juntillas los primados de la sociedad de control y disciplinaria, donde solo una red de expertos tiene voz.

Lo que lleva a cabo aquí Muntadas es, de forma irónica y casi hasta humorística, subrayar las “candideces” que usa el poder medial para insertarse en las redes de visibilidad y receptibilidad que más le favorecen. Porque, dicho de otra manera, es indecente –y esto es lo que el artista quiere subrayar- que María Dolores de Cospedal, a colación de la más que posible XX en su partido, solo acierte a recitar un galimatías ininteligible –y bochornosamente sintomático del perfil medio del político español- añadido a una sentencia programática de la profundidad que calzan los políticos actuales: “quien la hace la paga…que cada uno aguante su vela”. Verdaderas profecías con las que dar carpetazo a un estado de la cuestión que roza el estado de excepción.

Este reapropiarse de los refranes populares por parte de los políticos no es solo la manifestación más pavorosa de querer cerrar en falso toda digresión reflexiva, sino, antes que nada, un intento mediático por querer hablar el lenguaje del pueblo, de estar en sintonía con él, de conectar con una realidad de la que no tienen ni el menor atisbo. El “España va bien” de Aznar, copiado a imagen y semejanza del “tout va bien” francés, no sin sino chistes subliminales que representan la esquizofrenia pulsional de un poder que queda atrapado él también en las redes del simulacro medial: cuando nada tiene ningún efecto sobre lo real, la coletilla refranera tapa la angustia abisal que produce el no tener ni la más mínima remota idea.


Aquí Muntadas recorre el globo en busca de la coletilla-fetiche que acalla la escena original de un poder encallado en una mímica gestual que pretende hacernos creer que todavía hay algo que decir: desde el célebre y desafortunado “España va bien” al “Lo hecho en México está bien hecho” (México), “...Estamos condenados al éxito” (Argentina), “Tout va bien” (Francia) o “Brasil tudobom, tudobem”(Brasil).

Además la galería ha editado un libro con algunos de los momentos estelares de esa abusiva utilización del refranero:“...La unión hace la fuerza...”(Camps, 2005), “..Más vale lo malo conocido... (Zaplana, 2007), “...No hay dos sin tres y a la tercera va la vencida...(José Blanco, 2010), “...Se cree el ladrón que todos son de su condición...” María Dolores de Cospedal (2011).

En definitiva, esta querencia hacia los tópicos del lenguaje, hacia una mercadotecnia de la política consumible en píldoras, no es sino el ronroneo mascullante de un poder que sufre de vértigo, que ve como todo decir no es sino nada en relación a una productividad mediática que supera la lógica del sentido del propio decir y que, frente al horror al vacío, prefiere columpiarse en la tautología anestesiante. Si, como dijo Wittgenstein, cuando no se tiene nada que decir  lo mejor es callarse, el poder político prefiere hacer –representar y escenificar- como si aún tuviese algo que decir, como si aún tuviese el poder de decir la última palabra.

Lo único que nos queda: tener, nosotros, la capacidad de mostrar cómo su decir es vacío, cómo lo que dicen no va con nosotros. Las tres carteras ministeriales, de ministerios inexistentes, apuntan hacia allí: mostrar la verdadera necesidad de un juego político ocupado en decir lo que nos importa, un juego político preocupado en decir lo otro, de dar esa palabra a quien no la tiene, a quien todavía no es un rostro mediático.

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