domingo, 20 de mayo de 2012

BIENAL DE BERLÍN: DE LA REVOLUCIÓN COMO FORMA ESTÉTICA

                                              
                                     “Cuando un pueblo lucha por su liberación siempre hay una  coincidencia de los actos poéticos y los acontecimientos históricos o las acciones políticas, encarnación gloriosa de algo sublime o intempestivo (…) También en política hay creadores, movimientos creativos que en algunos momentos ocupan la historia”


                                                                                                     G. Deleuze


En la situación actual de afasia estética, cuando el capitalismo cultural mantiene con sonda al arte y solo le deja bascular según los reglones nada torcidos de lo institucional, muchos son los que se dejan de “espúreas” dialécticas y se lanzan a degüello en busca de dotar de contenido político y revolucionario a los contenedores de un arte apocado e impotente ante los poderes maquínicos de la realidad que nos proporciona el capital.

Entre ellos Artur Żmijewski, comisario de la actual Bienal de Berlín que, no andándose por las ramas, ha perpetrado su bienal llamando al movimiento sociopolítico más en boga en la actualidad, el 15-M, para que acampen en el hall principal de la bienal.

Para que más. Si las relaciones estética/política están plagadas de equívocos torticeros, de todo menos de eso que Kant cifró como ‘interés desinteresado’ en la construcción de un espacio social autónomo, si aquí de lo que se trata es de hacer la revolución a toda costa, si nada importa la historia negativa del propio concepto de arte, si todavía hay quien se lía la manta a la cabeza y ve en el arte el camino de salvación perfecto, este gesto no es más que la enésima prueba de la incomprensión del arte, del seguir pensando que vendrá a la hora fijada para darnos todo aquello que hemos ido perdiendo por el camino y todos tan contentos. Todavía hay quien piensa en aquello tan de Adorno del arte como cargador de todas culpas y que, en última instancia, aquello que te condena también te salva.

Pero hay que tener claro que su dialéctica es otra, que su historización remite siempre a un por-venir nunca cumplido, que las relaciones estética/política deben de basarse más que en colapsar sus espacios -en cortocircuitarlos volcándose el uno en el otro-, en una indecibilidad manifiesta: la que no anticipa el sentido de lo dado (en primer lugar la efectividad política que se persigue), la que no persigue un cálculo determinado ni se basa en posiciones previas de saber y poder.


Que la soñada y ansiada revolución no haya comparecido en la historia no es algo que le importe al arte; ni siquiera es algo que se le pueda imputar. Una actitud como la de Żmijewski no es más que el manoseo sucio de sacar provecho del arte para la ganancia de sus intereses políticos: forzarle a que cumpla su supuesta destinación, acelerar sus temporalizaciones, hacer saltar por los aires la negatividad que le es propia, etc.

Pero el proceder no es ese; las relaciones arte/política no son las de la invasión, las de forzar al propio tiempo de la historia a que acuda puntual a los acontecimientos que abran el tiempo a la novedad: más que nada porque, como se intuirá, es imposible. Si el acontecimiento acude a su novedad justo a la hora prevista (justo cuando los popes de la revolución dicen haber dinamitado por fin la historia) más que una novedad radical lo que se tiene es la constatación de lo ya-sabido, de un futuro que no era más que un presente continuado: es decir, de otro ortopédico consenso, de otra forma de violentar –como diría Rancière- el reparto de lo sensible en busca de una mirada disciplinaria.

Y es que si es ahí justo, en la vertebración de una relación especial del tiempo con la historia, donde las sucesiones causales pueden llamarse arte, obviamente, no porque un señor meta al 15-M en la bienal (en la institución-museo pese a quien pese), se va a vertebrar otra espera que no sea la del propio arte consigo mismo, con la temporalización de su propia historia.


Que el arte siempre ha tratado acerca de las relaciones arte política, que siempre ha vertebrado el tiempo de la comunidad, que siempre se ha abierto a la novedad de esta relación, no es cosa nueva sino que Aristóteles ya apuntaba a una relación entre historia y ficción para dar cuenta del arte. Para él la poesía cuenta entonces lo que ‘podría pasar’ según la necesidad y la verosimilitud del agenciamiento llevado a cabo por la acción poética, oponiéndose así a ‘lo que pasó’ propio de la historia. La poesía –el arte-, re-presenta la historia, la lógica causal de los eventos, pero sin reproducirlos, sino haciendo de su ‘presente’ un presente sin espesor, capaz de construirse a base de agenciamientos de actos. El arte queda consignado ahí donde el tiempo se desgaja de la lógica causal del ‘antes’ y el ‘después’, donde el tiempo queda fagocitado y no queda recluido en la presencia de la representación, sino que opera un movimiento de

Obviamente que hay casos en que lo poético y lo histórico no se distinguen: es lo sublime, lo intempestivo de Nietzsche, cuando la temporalidad de los hechos, del antes y el después, interseca con un tiempo sin espesor: cuando el ser choca con el devenir, cuando la simultaneidad de un devenir cuya propiedad es esquivar el presencia del ahora es cortado con un presente-ahora histórico.

José Luis Pardo, en su última obra sobre Deleuze lo dice bien claro: “la obra de arte solo puede alcanzar su verdadera condición de “esplendor de lo nunca vivido” cuando se emancipa por completo de sus “causas” históricas y de sus creadores, entonces sólo en aquellos momentos en los cuales la historia sufre la conmoción de una novedad, en los cuales la poesía interrumpe la historia y el futuro interrumpe el presente, puede en verdad iniciarse la creación conceptual”.

En definitiva, abrirse a la novedad de la revolución, a los efectos que uno quisiera vinieran de parte de la política, no pueden darse por supuestos, más que nada porque el trabajo del arte es indecible, no corta con la lógica de los hechos más que cuando el propio arte y la historia lo desea.

Dinamitar la historia, hacer por fin la revolución, son cosas que a los comisarios (Artur Żmijewski y compañía) les encantaría hacer. Pero si el arte se puede jactar de aún ser garante de sus propias potencialidades, es que su autonomía no va en la onda de construir una esfera independiente sino, más bien todo lo contrario, insertarse de modo original en las redes de lo común para descentrar la mirada y las competencias, el reparto de tiempos y oportunidades, siempre y cuando el resultado no se anticipe, no se de cómo resultado de un nuevo consenso (por muy antagonista que éste sea del anterior).


Un no-saber que sabe, una destinación que se escapa a su propia historia, una comunidad que deviene siempre en el anhelo de su siempre por-venir: eso es el arte y en ello ha de quedar relacionado con la política, con el ejercicio de lo político para dar por resultado.

Introducir en la institución-arte un pedazo de realidad (si bien pasteurizada y enlatada habida cuenta del trabajo de representación –ficcionalidad- que el ámbito artístico establece), a modo de ready-made de lo real no supone ninguna merma ni para el campo topológico de lo real ni mucho menos para la estética. De significar algo, significaría la renuncia explícita a conocer las relaciones que han de mediar entre arte y política: si bien es cierto que nos hallamos en un momento de estetización de todos los mundos de vida, de una estetización de lo político que cómo sostenía Benjamin caracteriza al fascismo, el gesto llevado a cabo por los comisarios de la Bienal de Berlín implica –en el polo opuesto- una politización de lo estético igual de impotente de trazar una mímica disruptiva o una lógica disfuncional.

Si, y no es solo deseable sino casi irrenunciable, queremos salir de una relación estética/política capaz de apuntar a algún sitio que no sea, como también sostenía Benjamin, al fascismo o comunismo, hemos de plantear estrategias –políticas y artísticas- capaces de romper con la lógica de los hechos, capaces de no anticipar su sentido y que construyan mapas de lo visible y relaciones de modos de ser totalmente nuevos, generados no como consenso sino como efecto de un disenso constante.

1 comentario:

  1. La forma siempre debe ser política, esto no quiere decir que sea literal como vemos en estas manifestaciones artísticas que nos muestras.

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