martes, 27 de diciembre de 2011

LUGARES DE LA MEMORIA, LUGARES DE LO IRREPRESENTABLE


SILVIA RENESES/EBBA ROHWEDER: DARGOW-DOS PROPUESTAS, UN LUGAR.
GALERÍA JOSÉ ROBLES: 15/12/11-13/01/12

¿Cómo representar lo irrepresentable? ¿Cómo representar la ignominia de la historia?, ¿cómo representar la necesidad de olvido que toda historia trae tras de sí? Si algo ha de tener claro el arte contemporáneo -si algo tienen muy claro estas dos artistas-, es que la mediación que postula las prácticas artísticas actuales no quedan prisioneras de una ilación precisa entre palabra e imagen que redundaría en un juego causal de historias y narraciones y en su ulterior régimen representacional. Más bien sucede que la impropiedad de toda mediación es la garante de que el juego de lo irrepresentable se sitúe en el corazón mismo de la práctica artística. No es, por tanto, que mostración y significación no tengan ya concordancia sino que, más bien, pueden acordarse infinitamente, que su punto de concordancia está en todas partes y en ninguna.

Es decir, la desvinculación cifrada en el núcleo de toda representación en el régimen actual del arte no queda consignada a la huella de lo inapropiado que media entre significación y mostración sino que, por el contrario, es un nuevo modo de vincularse, de distancia estética, que se da en cualquier parte donde se pueda hacer coincidir una identidad entre sentido y no-sentido con una identidad entre presencia y ausencia.

Silvia Reneses y Ebba Rohweder, artistas que trabajan en esta exposición a cuatro manos, parecen haber comprendido esto de manera perfecta. Y no es, en absoluto, común. Porque lo recurrente, la estrategia machacona en la que muchos artistas caen es precisamente la contraria: aquella que consiste en ahogarnos bajo el peso de la Historia, de nuestra historia. Ir al pasado para desde ahí confirmar de manera un tanto ingenua la imprecisión de las mediaciones palabra/imagen de las formas contemporáneas del arte y abrirnos a no se sabe muy bien que ulterior capacidad de sortilegio. Porque, como solemos decir y a fin de cuentas, ¿cuánta historia somos capaces de soportar? Si el ángel de la historia de Benjamin nos daba la espalda únicamente con el fin de contener la implosión temporaliza de la imagen hecha añicos para atisbar siquiera la huella del aura depotenciada, ahora uno mira hacia atrás para situarse de facto en esa lejanía que trata –inútilmente la mayoría de los casos- de abrirnos a la posibilidad de un futuro.


Pero para redimir el horror de la mirada que ve lo ignominioso de todo pasado, para representar la prueba del terror en que queda amparada toda historia, no basta solo con reconciliarse con él –abrirse a él. Es decir, no es suficiente porque, precisamente ahora, precisamente que las mediaciones han saltado por los aires, precisamente que es lo irrepresentable el destino del arte, la posibilidad de hacer presente la memoria de todo holocausto se torna en la gran destinación del concepto de arte.

Así, lo irrepresentable se asienta en el corazón del arte para postularse como la posibilidad única de representar lo inhumano. Dicha posibilidad no puede quedar mediada ni por la representación según las formas tradicionales de la ficción ni tampoco –como ya hemos dicho- yendo al pasado para reactualizar lo efectos de sentidos silenciados por el horror de lo inhumano. De lo que se trata entonces es de crear una acción que empiece aquí y ahora, no levantar una representación de lo sucedido ni producir una ficción según los reglajes de la representación,

Lo que se confronta según este proceder es la mediación de una palabra que testimonia con el silencio en el que parece sumido el lugar de la tragedia, ahí donde aconteció lo inhumano alguna vez. La palabra, el testimonio, se resuelve incapaz de llenar todo ese silencio. Es esa inadecuación, esa imposibilidad de llenar el silencio, lo que es y debe ser representado según una nueva lógica de la ficción que no se levanta como un procedimiento que media entre las historias, sino como un modo de tocar lo increíble del acontecimiento de lo inhumano. Y es que esa ‘imposibilidad de llenar con las palabras el lugar’ remite a una increencia: aunque quede un superviviente, aunque lo cuente, no se le creerá. Es decir, no hay ni habrá nunca palabra capaz de llenar lo imposible de lo inhumano, de llenar el acontecimiento del que ahora solo resta un infinito silencio: lo real de lo inhumano que se filma es entonces lo real de su desaparición, lo real de su carácter increíble y alucinatorio.

Así, lo irrepresentable en el arte contemporáneo, remite siempre a una selección, una articulación entre fragmentos, una superimposición de series temporales acrónicas. Es decir, hay siempre una ficción, pero en el sentido de construir una relación entre algo visible y algún significado, entre una heterogeneidad de espacios y tiempos. En definitiva, no hay ninguna iconografía o poética de la catástrofe en general, sino solo elecciones poéticas o políticas.

De lo que se trata es de indagar, esclarecer las huellas, buscar testigos, hacerles hablar sin borrar su enigma; dicho con otras palabras, traer a la presencia una ausencia, hacer algo invisible visible sólo mediante el poder regulado de las palabras y las imágenes. La ficción construida para tal fin debe ser tratada como un acontecimiento presente en busca de lo increíble real que dice la palabra del testigo.

Si nos hemos dilatado tanto en explicar los pormenores del arte de lo irrepresentable que da forma a la plausibilidad más radical del arte contemporáneo es porque, pensamos, esta categoría alude directísimamente a esta exposición que han llevado a cabo conjuntamente Silvia Reneses y Ebba Rohweder para la Galería José Robles.

Y es que lo que han tratado de llevar a efecto de manera magistral es una representación de un lugar y un tiempo, una ciudad y una historia: Dargow, pueblo natal de una de las artistas, una pequeña localidad al norte de Alemania que, en un pasado reciente, fue frontera entre las dos alemanias que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial.

La memoria de aquel lugar, sustraída al amparo de una frontera como huella indeleble del Holocausto, no es traída a la presencia según el juego de las representaciones miméticas ni es reactulizada según las estrategias de un pasado que se reabre en sus sinsentidos y sus olvidos. Más bien, el trabajo de ficción llevado a cabo consiste en dar voz al silencio de un olvido, de un pasado aniquilado dos veces: una vez al quedar remitido a la ignominia de lo inhumano y, por segunda vez, en ser reunificado bajo la palabra de Otro que en un tiempo era Uno Mismo.


El lugar, sus memorias y sus olvidos, lo indescifrable de su silencio, queda al amparo de un trabajo que surge desde un presente que tantea saber y recordar lo ya-sido. Si para Ebba Rohweder el lugar es el lugar de su infancia, de sus antepasados y sus primeros recuerdos, Silvia Reneses se enfrenta como visitante a un lugar que hay que documentar y conformar por primera vez.

Capas de significado, de olvido y de recuerdo, de subjetividades nómadas, se van adhiriendo al silencio de un horror compartido en nuestra condición de humanos. No ya solo la representación de un lugar y un tiempo, sino la (im)posible irrepresentación de una memoria volatizada e increíble. En el traer a la presencia toda la ausencia que destila la historia memorial de un lugar silenciado, la ficción artística consigue aquello para lo que está destinado: dar fe de un olvido, consignar la memoria personal con lo intempestivo de un silencio increíble, remitir las experiencias del lugar de nacimiento a la interpolación que supone la reactualización del extranjero.

Si en las fotografías y dibujos de Reneses una práctica remite a la otra para clausurar una interpretación siempre imposible, el video de Rohweder, a medio camino entre el pasado de la autobiografía y el presente más actual, nos remite a la condena al silencio a la que toda experiencia humana está condenada.

En definitiva, la experiencia de lo inhumano, la irrepresentación del olvido, el sinsentido en medio del sentido, nos enfrenta a nuestro destino más esencial: aquel que nos dice que somos extranjeros en nuestra casa, que somos habitantes de un lugar condenado a silenciar y a no creer lo sucedido.

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