lunes, 12 de septiembre de 2011

CREWDSON Y LO SUBLIME-ARTIFICIAL



GREGORY CREWDSON: SANCTUARY
LA FÁBRICA: 06/09/11-08/10/11

En este mismo blog dimos cuenta de la exposición de Gregory Crewdson que hace apenas un año tuvo lugar en La Fábrica. Aquella vez pudimos ver una magnífica muestra de lo que es el arte del norteamericano. Fotografías que funcionan como fotogramas fijos de una película donde lo importante no es el antes ni el después, sino el instante, la espera del acontecimiento que desbaratará la escena. Siempre apoyándose en grandes decorados, Crewdson hace hincapié en esta realidad con tintes fantasmagóricos en la que habitamos. La lejanía, el extrañamiento, como no el tan de moda unheimlicht freudiano funciona en sus obras como detonantes de lo que viene a ser nuestras experiencias diarias. No quisiéramos ponernos trágicos pero la soledad, la catástrofe como acontecimiento fundacional vienen a ser el sustrato de nuestra praxis vital y que de manera magistral recoge el trabajo de Crewdson.

Quizá aquí tocaría hacer glosa de los nuevos modos de representación, de las salidas halladas por un arte que ha visto como el pliegue de la representación se ha cerrado. Así pues, como decimos, no ya la discursividad de una representación que, en terminología aplicada de Rancière, haría referencia al antiguo régimen representacional del arte, sino un nuevo espacio donde palabra e imagen se dan el uno al otro en una nueva disyuntividad: no ya aquella en la que la palabra va abriendo la mirada (ahora sucede esto, ahora sucede lo otro), sino una relación donde lo visible no aparece, sino que se impone, y en su imponerse deja a la palabra en un estado de opacidad, invadido por la pasividad propia de la imagen en su auto-imponerse. Es decir, si antes la palabra quedaba encomendada a abrir el campo de visión merced a una operación de narración, ahora ambas, palabra e imagen, revierten en un plano de igualdad en el cual la acción queda paralizada.

El arte logra así ser capaz de representar lo irrepresentable: lo fantasmal de lo inhumano, lo angustioso de un acontecimiento a punto de suceder. No ya la narrativa lógica, sino la espera contenida, pasiva y paralizada de un abrirse del texto y la imagen donde ninguna de las dos llegan fiel a su cita. Siempre una continua espera, un continuo aplazamiento donde la completitud del darse de la obra nunca queda encarnado

Pero eso serían otras historias. Porque lo que ahora nos presenta Crewdson, sin dejar de apoyarse en esta ‘narratividad de lo intempestivo’, es más bien el ‘después de la tragedia’. En esta serie, de la que aquí podemos ver una docena de fotografías, el norteamericano se ha trasladado a los estudios de Cinecittá en Roma, estudios ya en decadencia y desuso, y ha elegido las primeras horas de la mañana para dar cuenta de unas instantáneas rezumantes de melancolía y, cómo no, ausencia.



Porque si hay algo que destaca de esta nueva serie en relación al conjunto entero de su obra anterior es la ausencia de todo vestigio humano. No ya solo el que no haya figuras humanas, que la fotografía no se centre en el micro-acontecimiento de algún sujeto, sino que en estas fotografías, que supuran tristeza y melancolía, la huella del hombre parezca que desapareció de ahí hace ya mucho tiempo.

Pero no solo el juego presencia/ausencia es nuevo en esta serie. También es novedad tanto el hecho de usar el blanco y negro en detrimento de esa espectacularidad del color tan característica de sus obras anteriores, como el hecho de ser, también la primera vez, en trabajar con decorados ya construidos. El trasbase a la hora de proponer esta nueva serie creemos bascula de la ficción fantasmal a la que nos tenía acostumbrados, a una memoria fantasmal donde la melancolía operaría de detonante de aquello que hemos ya perdido.

Pero, pensamos, el cambio no le ha venido demasiado bien. Porque, estamos en las mismas: o nos contentamos con la pulcritud técnica de un acabado magistral, esos encuadres renacentistas, esa serie de blancos, negros y esa –como diría Pumares en su célebre y añorado Polvo de estrellas radiofónico- gama casa infinita de grises intermedios, o somos capaces de pedir algo más.

Y ese algo más falla. Porque representar lo artificial de una memoria fantasmal requiere, pensamos, de otras estrategias que no ya la de poner en danza el típico decorado abnegado de barro y donde las ruinas nos hagan remitirnos al espejismo de un pasado añorado.

Porque, claro está, así de primeras parece que no ha cambiado mucho: el remitirse a decorados artificiales parece razón más que suficiente para confiarle a Crewdson un visado especial con el que tener carta blanca. Pero esa terrible ausencia, ese querer remitirse a los vestigios de una extratemporalidad que roza lo irrepresentable le hace conectar con ciertos primados de la estética de lo sublime inaceptables –o cuando menos insustanciales- en el arte contemporáneo de hoy en día.

La estrategia, por tanto, se nos antoja archiconocida: de querer representar ese punto donde la memoria se desbarata, donde la imaginación ya no llega, donde la mirada se pierde ante lo incognoscible, de querer apelar a estados del espíritu cercanos a lo melancólico, lo sublime funciona –siempre ha funcionado- como la gallina de los huevos de oro.



Pero lo sublime, como insuficiencia en la representación, ha de ser superado por elevación debido a que es ahora, en el modo de darse y de vincularse el texto y la imagen, cuando lo irrepresentable es precisamente lo propio del arte. Si, como dice Rancière, “esta experiencia extrema de lo inhumano no conoce ni imposibilidad de representación ni lengua propia”, es ahora, en el régimen actual del arte, cuando ha surgido una identidad de principio entre lo propio y lo impropio.

Si lo irrepresentable expresa la ausencia de una relación estable entre mostración y significación, es precisamente ahora cuando, más que quedar –como haría Lyotard- vinculado el arte a lo no-figurativo que mediaría ante lo irrepresentable, mostración y significación pueden acordarse infinitamente, de modo que su punto de concordancia está ahora en todas y en ninguna parte.

Es decir, no caben medias tintas: no se puede apelar a lo ya-sido para hacer saltar la chispa de lo inmemorial de un fantasma –cosa que pensamos hace Crewdson-, no se puede mediar entre lo que no tiene medida más que confrontando la desmedida desde un presente lanzado aquí y ahora que tercie entre la presencia y la ausencia de ese mismo pasado.

No hay palabra –ni imagen- que llene ese vacío, claro está, pero solo así nos podemos hacer cargo de la destinación última del arte: que no existe medida, que no se puede ya apelar a lo sublime de un pasado ni a lo irrepresentable de una posible mediación. Es decir, lo sublime no ha de ser ya el lugar donde impensable e irrepresentable se dan la mano para postular una representación mediadora, sino que lo sublime ha devenido ya lugar común de una desmedida ínsita en el mismo núcleo de la imagen contemporánea

Palabra y testimonio se deben de tejer en la imagen del arte contemporáneo para dar cuenta de lo increíble e inconmensurable de todo acontecimiento: que la memoria no se debe plantear como el artificio de un ya-sido fantasmal, sino apelar a un hinc et nunc radical intentando resistir al pensamiento del olvido.

1 comentario:

  1. hola tu blog me parece muy interesante pásate por el mio http://th3saturdaysdonkeys.blogspot.com/

    ResponderEliminar