jueves, 2 de junio de 2011

YVES KLEIN: LA HERENCIA DE UN SALTO AL VACÍO




 YVES KLEIN: VÍDEOS Y PERFOMANCES
GALERÍA CAYÓN: junio/julio

(originalmente publicado en 'arte10.com': http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=390

“Al principio es una nada, luego una profunda nada, después una profundidad azul”. Esta frase de Gaston Bachelard, utilizada por el propio Klein como únicas palabras pronunciadas en una conferencia, pueden llenar por completo la vida y obra de uno de los personajes más fascinantes del siglo XX. A medio camino entre ser considerado el heredero directo de las estrategias vanguardistas y ser el pilar fundacional sobre el que emerge una nueva disposición de enfrentarse a un arte ya por completo institucionalizado, la figura de Yves Klein dista mucho de poder ser  reducida al típico “epatador” de burgueses con que a menudo se le asocia.

Si para Peter Burger las neo-vanguardias son un experimento nada positivo que lo único que hace es desconectar por completo el caudal emancipatorio que podría tener la originalidad vital de, por ejemplo, el dadaísmo, viendo uno las performances de Klein se atreve a pensar todo lo contrario.
Quizá es que desde siempre nos hayamos sentido más cómodo en las tesis de Hal Foster de la   acción diferida para tratar de comprender los fenómenos artísticos de la segunda mitad del siglo XX que, aunque herederos directos de las tesis de la vanguardia, se enfrentaban a un entramado socio-económico bien diferente. Y es que, si bien toda tesis progresista vinculada al arte corre serios peligros de perderse en antinomias imposibles (recuérdese el dogmatismo con que acaba un pensador como Adorno presa de sus propios axiomas hegelianos), no por ello deja de ser menos cierto que, solo una vez después de que el arte se hubiera transformado en institución (encarnada quizá en esa transformación del lugar común apuntada por Danto), la cosa empieza a tomar unos derroteros bien diferentes.
Digo esto porque es sabido que Foster indica que los planteamientos que la vanguardia pretendía llevar a cabo, solo tuvieron alguna posibilidad de llevarse a cabo en las neo-vanguardias, es decir, precisamente cuando aquello contra lo que se pretendía luchar –el arte-institución- comenzaba a construirse.
Nada raro hay en ello: el arte funciona según una lógica negativa interna que hace posibles precisamente aquellos destinos que, en su propia emergencia discursiva, quedan ya del todo neutralizados. ¿No es ese el germen que hizo prender a la Modernidad entera, un pensamiento capaz de decapitarse en su mera enunciación discursiva?


Sea como fuere, lo que queremos apuntar es que lo difícil de una obra como la de Klein es la de darle el valor justo y preciso habida cuenta de estos procesos de diferenciación temporal con los que el arte, en su concepto, queda destinado. Unidas sin duda a la problematización de su obra, pudieran surgir preguntas que, apuntando al núcleo duro del arte, son preferibles de mantener en silencio: ¿toma acta de nacimiento la performance –y con ello cualquier otra disciplina- justo cuando ya es inofensiva para el entramado-arte?, ¿dan el pistoletazo de salida las acciones de Klein al arte contemporáneo de los años sesenta, o se trata más bien del comienzo del fin, del canto del cisne que otorga prioridad performativa a aquello que ya esta desconectado de la violencia insurgente del arte? Es decir, ¿es el salto al vacío de Klein el salto de la desmaterialización que determinó y sigue determinando el arte contemporáneo, o es el guarrazo de un fracaso perseguido contumazmente por un arte encorsetado en unos procesos de desartización que le han chupado la sangre hasta la inanición?  
Es ese salto al vacío, el que dio el 27 de noviembre de 1960 una de las imágenes más impactantes y fascinantes del arte contemporáneo y cuya lectura más detenida –lectura filosófica pues ahí es donde más cómodo nos sentimos- tendría que ser prioridad epistémica para cualquier artista. Ese salto, la manera en que se comprenda ese vacío al que Klein quiso embotellar, da la dirección precisa de los destinos de un arte que siempre está circunscrito en sus postrimerías.
Dejando las cuestiones que su obra siempre deja abiertas –y que alguna vez necesitaremos sean respuestas en condiciones- el arte de Klein, pensamos reactualiza las estrategias vitales vanguardistas pero con el convencimiento de que ya no hay posibilidad alguna de redención. “Al haber rechazado la nada, descubrí el vacío”, dice el propio Klein en la portada de su Dimanche, le journal d’un seul jour. La nada, el legado histórico que el fracaso de las vanguardias legó para la posteridad, es transformada por Klein en aquello más preciso para una época que ya caminaba seguro hacia la inmaterialidad de los simulacros: el vacío. Es decir, no ya la nada, sino el vacío, a de ser la preocupación artística a tener en cuenta para contrarrestar el poder maquínico de un signo-mercancía que, está visto, empezaba a deglutirlo todo con maestría.


Quizá, alcanzados este punto, nos hallamos ante lo más importante del legado de Klein: el haber dispuesto que ya no sería la nada –enfatizado en el nihilismo dadá, o encarnado en el Absoluto trascendente y teosófico de suprematismo y neoplasticismos- lo que habría que perseguir de modo vital, sino que ahora es más bien el vacío el destino de una epocalidad que ya empezaba a sustentarse en los primeros simulacros de las virtualidad fetichizadora y de la lógica de la plusvalía. Así, no ya una vida entera en pretender una fusión entre arte y vida, sino el intento condensado en un solo día –precisamente aquel mismo día 27 de noviembre.
Si hace un año fue el Círculo de Bellas Artes en una excelente muestra, ahora es la Galería Cayón de Madrid la que nos acerca un poco más el legado incuestionable de este creador fundacional. Junto con videos de sus perfomances, destaca un ejemplar el anteriormente citado Dimanche, le journal d’un seul jour,…, una tarjeta postal como invitación a una de sus perfomances –con un sello azul aprobado por el Correo francés-, y la libreta de recibos con la que Klein dejaba constancia de las pagaba "Zonas de Sensibilidad Pictórica e Inmaterial" compradas por el coleccionista de turno.
Después de ver la exposición, uno sale más convencido de la alargada sombra de este francés singular: chamán de la inmaterialidad del objeto artista que apunto estaba ya de iniciar una larga época artística, profeta de lo efímero como destinación precisa de un arte enclaustrado en la hiperfetichización, mago de la huella y el rastro, de lo inmaterial y lo invisible, la obra de Yves Klein bien pudiera servir para rastrear buena parte de las prácticas artísticas actuales.
Siendo esto imposible en este pequeño texto, nos aventuramos a dejar algo apuntado: si uno visita la muestra de Martin Creed en el MARCO de Vigo –el artista ha llenado las salas con globos azules- bien puede terminar preguntándose cuál es el estado del arte contemporáneo en esta época nuestra. Otra vez el azul y otra vez el espacio vacío, y otra vez los globos como esa acción que llevó a cabo el propio Klein lanzando al aire 1001 globos azules en Saint-Germain des Prés (sculpture aérostatique). Pero, ¿qué efecto de resistencia se sigue de meter cientos de globos en un centro de arte?, ¿qué riesgo existe al ser una institución quién te abra las puertas para reactualizar un efecto ya histórico?
Reflexiones como esta última nos llevan a pensar la necesidad de reactualizar un legado incomprendido en gran parte y a revitalizarlo de la forma más precisa posible. Quizá es que su herencia, un salto al vacío, nos dé demasiado miedo para imitarlo.

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