domingo, 14 de marzo de 2010

LA DES-ESPERA DEL SUJETO


JAY HEINKES:
GALERÍA MARTA CERVERA: 19/02/10-27/03/10
(artículo publicado en Revista Claves de Arte: http://www.revistaclavesdearte.com/noticias/20467/Jay-Heikes-en-la-Galeria-Marta-Cervera)

De todos los cadáveres que la historia del arte ha dejado a su paso, sin duda alguna que el más exquisito de todos es el del sujeto. Y es que desde la estética que nació allá por el 1750 de la mano de Baumgarten como teoría general de la sensibilidad hasta las postmodernas estéticas del nihilismo, es el sujeto lo que más claramente se ha visto fagocitado en su mismo sustrato.
Hoy incluso, cuando toda representación alude a la hipervisibilidad de la imagen en la pantalla telemática de la era cibernética, la mediación de la subjetividad no es solo que se haya hecho innecesaria, sino que se ha transformado en un efecto de superficie más, en una singularidad intensiva que alude al carácter de cosificación de la conciencia misma.

Las fotografías de Jay Heikes (New Jersey, 1975) que se pueden ver hasta el día 27 de Marzo en la Galería Marta Cervera nos muestran el vacío al que remite toda representación de lo subjetivo. El cuerpo, la materia corporal como sustrato y substancia de esa entelequia llamada conciencia, queda en sus fotografías reducida a un barrido de escombros, a un detritus inane, a una fantasmagoría de lo carcomido y de la corrosión en que ha devenido toda corporalidad.

El sujeto ha quedado desfondado de las instancias que le daban consistencia racional y, después de convenir que el pensar que irradiaba luz sobre el cogito siempre es pensar en la diferencia de otra cosa, las tecnologías del cuidado de sí han operado lo que se intuía: un vaciamiento y socavamiento de toda el aparato conceptual a la hora de cifrar el conjunto de todas las formas puras a priori de las facultades humanas. Herbert Marcuse ya intuía los desencadenantes de la incipiente sociedad postmoderna al profetizar “una devaluación del completo reino de la subjetividad, devaluación no sólo del sujeto como ego cogito, sujeto racional, sino también de la intimidad, de las emociones y la imaginación”.

Jay Heikes nos muestra aquello que ha quedado olvidado en el naufragio de la modernidad: los restos de la destrucción como escombrera donde se hace imposible siquiera soñar un utópico reciclaje. Los rostros aparecen como vendados, como cicatrizando la desfiguración deshumanizada en que toda rostreidad se ha convertido. Porque, si todo "yo" nace y se fundamenta en la responsabilidad que supone un "tú" que se da siempre como rostro, es obvio que la cicatriz que nos hace abominables se da en el rostro: tan profunda es, tanto horror nos infunde, que mejor vendar el rostro para que así, oculto a la hipervisibilidad, nos permita seguir soñando nuestro sueño.

Pero, sin duda alguna, donde el conjunto de la obra aquí expuesta alcanza una síntesis perfecta, es en proponernos lo otro de este actual estado de detritus: el propio artista lo cifra en un movimiento entrópico “donde aquello que esperamos es tangible mentalmente pero físicamente ya casi se ha desmoronado del todo”. A modo de resto donde se ha operado la metamorfosis, Jay Heikes propone las instancias donde aún aletea la incertidumbre que, aunque físicamente reducida a escombros, todavía mantiene mentalmente la capacidad de proponerse como espacio negativo donde llevar a cabo la narración del sabotaje, del olvido manifiesto de una promesa.

Las instalaciones-esculturas propuestas por Jay Heikes dan forma a este magma informe donde habita la nada de una no-narración, de un no-lugar donde transformarnos en un no-nacer continuo.

Por último, un apunte: el propio artista parece estar preocupado por la relación que pudiera haber entre el imaginado fin del mundo y el imaginado fin de la escultura o la pintura, además de querer inferir de tal relación un arsenal semiótico para su obra. Dejando de lado que tal imaginar, el del fin del mundo, es ya imposible (Sontag), o que solo cabe imaginarlo como catástrofe (Jameson), parece increíble que un artista no sea aún consciente de que la disolución de la subjetividad se corresponde de manera directa con la total objetivación de la obra de arte, y que tal objetivación ha venido de la mano de las dos estrategias preferidas de un arte que ha sabido demasiado bien que su fin era la cosificación de la obra: la vivencia estética desde el punto de vista del espectador, y la inspiración desde el punto de vista del artista.

Amparándose en ambos momentos, no sólo es que el fin del arte y el del mundo (como consecuencia al fin de la subjetividad) estén relacionados y pudieran aún pensarse, sino que están tan estrechamente vinculados que es imposible pensar el uno sin el otro.

Sólo así cabe definir esta exposición como magnífica, porque se convierte en la muestra perfecta de que una representación de la subjetividad como detritus y escombros solo puede venir seguida de unas esculturas que den cuenta del vacío físico, de la nada a la que la conciencia es sobrepujada en una materialidad que en el límite es un resto olvidado, pero bajo la que aún aletea la sinrazón de otra posibilidad.

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