viernes, 15 de mayo de 2009

EL TEDIO DE UN ARTE FESTIVO


FEDERICO HERREO: “AMALGAMA”
GALERÍA JUANA DE AIZPURU: 04/09-05/09

Quizá, como si el arte estuviese deseoso de salirse por la tangente, su estado actual se muestre ambiguo en relación a la necesidad de seguir llevando sobres sus hombros la carga que en tiempos pasados se le encomendó. Visto lo visto, y siendo testigos de cómo la realidad siempre pareciera ir un paso más allá del propio arte, él mismo se parapetó en la estrategia de la negatividad que Adorno propuso: ni un paso atrás ni un paso al frente, simplemente se trata de que el arte ha de ser entendido también como producto ilustrado y que, por tanto, la negatividad (negatividad dialéctica) es su definición más propia.
Pero quizá eso estuviese bien para una posguerra que necesitaba antes que nada dejar claras y bien patentes las nuevas condiciones que Auschwitz había dejado al arte y a su producción. Tanto es así que la onda, vía postconceptual, quizá ha durado más de lo que nunca se pudo imaginar dada la urgencia con que el arte trató de comprenderse a sí mismo.
De hecho, prueba de esta fatiga del propio arte consigo mismo se pueda rastrear en lo innecesario que parece ser ya toda teoría y en lo incapaz que se muestra ya de vérselas con las contradicciones no ya herederas del mundo ilustrado y racional, sino las implosionadas en la pantalla telemática de la sociedad del simulacro hipertecnológico.
Si, por poner por caso, la vía ya referida postconceptual fue capaz de, asentada en el pensamiento postestructuralista de la diferencia, vérselas cara a cara con un modo de producción y comprensión basado en el logocentrismo de la masculinidad y dar voz así a la minoría femenina y silenciada, hoy en día, donde la dialéctica mayoría/minoría ha saltado por los aires conjugada con el poder panóptico de la televigilancia del mundo telemático actual, nadie cree ya en estas estrategias de asimilación de contrarios vía reflexión crítica.
Hoy en día, todo lo que no lleve el claro signo de lo espectacular, de lo frívolo y del negocio, no tiene nada que hacer. Por ejemplo, otra minoría (en relación siempre al producir artístico como producir capitalista y occidental), la de las periferias, se las ve y se las desea para intentar ser vista, aún hoy, como algo más que un exotismo con rango de moda pasajera o como mercado virgen con el que arramplar mientras uno se pregunta, con gesto disciplente, por el carácter global de las crisis.


Lo curioso del caso es que los síntomas ya se venían gestando casi desde la piedra angular: ya Adorno no simpatizaba en absoluto con las vanguardias al entender que habían capitulado con el mundo de la cotidianidad para forzar así un entendimiento mutuo y un ámbito de no agresión. A partir de ahí, el camino ahora se comprende como despejado: muerte del arte por éxito, el que le ha propiciado el esteticismo brutal de la vida cotidiana; demolición de todo entramado teórico y reflexivo; capitulación del entramado artístico como producirse en la negatividad propia del racionalismo ilustrado.

Esos síntomas se han convertido ya en arritmias crónicas de manera que uno no sabe ya muy bien si celebrar el carácter desenfadado del arte o velar por su cadáver todavía caliente. A eso, precisamente, es a lo que nos referíamos con el apelar a la tangencialidad que el arte guarda consigo mismo como una vieja coraza de la que salirse ya para siempre. Disfrutar, gozar del espectáculo, de lo fugaz que se muestra todo en la pantalla telemática y global… ¿Por qué ha de seguir el arte enclaustrado en sus viejas coordenadas de negatividad, contradicción y reflexión?
La pintura ha tenido su propio viacrucis y, tras salir con vida de innumerables muertes profetizadas desde lo más sagrado del entramado artístico, ahora se puede comprobar cómo se ha desprendido de sus mortajas y velorios y no hace otra cosa más que apelar a un ‘tempus fugit’ impropio para siquiera la generación precedente. Incluso, el pastiche arreflexivo de los años ochenta guardaba en una sola de sus pinceladas más reflexión que centenares de obras pictóricas de la actualidad.
¿Seguirá la pintura, como siempre ha hecho, mostrando antes que ninguna otra disciplina, el carácter del arte del futuro?, ¿seremos invadidos en poco tiempo por la celebración del arte como mera producción de lo banal irreflexivo en que su comadreo con la cotidianidad nos ha ido llevando?, ¿será el esteticismo tan absoluto y dogmático que no habrá ni por donde hallar una grieta, una sutura, que nos redima de la idioticia festiva del momento?
Asistiendo a esta exposición, lo cierto es que las respuestas toman el tono más tétrico que uno pueda imaginar. Ejercicio de belleza sin más que su propio deleite, vehículo para el goce de los sentidos, apelación a estados casi narcolépsicos de excitación o de mistificación en la redención, incluso ejercicio terapeútico o profiláctico. Narcisismo, puro narcisismo de un medio, el pictórico, fatigado de apelaciones en busca de sentido que vayan más allá de este nuevo paradigma estético.

Y, aún con todo, todavía se siente deudor de cierta dialéctica. Incluso en el título de la exposición se puede comprobar como lo festivo de su proceder se conjuga con un intento de amalgamar estilos: superficie plana asaltada por el uso del spray, puntos de contacto entre tonalidades despejadas o sintiendo la sutura en el empaste de lo matérico del óleo, intersticios vacíos y neutros o lugares donde pululan pequeños seres salidos del imaginario del artista.
Campo expandido del hecho pictórico, guiños al graffiti, uso de lo matérico, apelaciones a estados de embriaguez creativa con el recurso al garabato y al gesto, arte como celebración naive y cómica. Todo cabe porque la fiesta es eso: establecer relaciones desenfadadas y cuantas más mejor.
Y lo logra, por supuesto que lo logra sin saber que cae en otro círculo vicioso: el que eleva a rango de obra de arte aquella que no deja de hablar de sí misma en una recursividad sin paliativos a la autoreferencialidad y autoreflexividad que, entendida como característica principal de la postmodernidad, se ha ido trasladando a innumerables ámbitos de producción.
Narcisismo, a fin de cuentas, el de un arte que para celebrar y disfrutar de la fiesta no sabe hacer otra cosa que hablar de sí mismo. ¿No será que el arte tampoco sabe disfrutar, que su embriaguez le ha sentado mal?

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