viernes, 20 de febrero de 2009

FILOSOFÍA DE LA HISTORIA A LAS PUERTAS DE ARCO

EL ESPECTÁCULO DEL ARTE COMO ACONTECIMIENTO

17 de Marzo de 2008: analistas bursátiles de los cinco continentes contemplan expectantes sus pantallas en un mismo tiempo real esperando se produzca el dato. Efectivamente, la Administración Bush sale al amparo de la quiebra de Bears Stearns, uno de los mayores bancos norteamericanos. Desde diversos sectores arrecian críticas de intrusismo, dirigismo y de no respetar el mercado libre y global producido por el juego de la oferta y la demanda. Sin embargo, una única voz se levanta: era necesario para la supervivencia del sistema.
Diciembre de 2008: las alarmas del globo entero saltan al descubrirse el escándalo Madoff. Las pantallas bursátiles sufren un colapso que, a modo de virus, se propaga de sistema en sistema arruinando un número difícil de predecir de carteras y fondos bursátiles. Sin embargo, y aunque las consecuencias se sabrán con claridad en meses, los procesos en cadena no llegan hasta los cimientos y el sistema, una vez mas, se ve a salvo.
Uno y otro son ejemplos de la probabilidad casi inminente de que el futuro, además de no poder ser imaginado ni siquiera como catástrofe, no llegue nunca a suceder (al menos el futuro histórico comenzado en la modernidad).



Entre ambas fechas, y todavía más hasta el día de hoy, una serie en paralelo de actuaciones gubernamentales han tenido que desoír las mismas reglas por ellos diseñadas de no actuación en un mercado cada vez mas libre, cada vez mas global, cada vez mas autoregulado gracias a la creación de diversos órganos independientes de control, e inyectar cantidades astronómicas de dinero para la perdurabilidad del sistema.
Pero no hay remisión: la dromótica, apunto de llegar al límite de la implosión de un tiempo real detrás del cual ya no hay nada mas que la instantaneidad absoluta de tiempo y espacio, ensaya una y otra vez pseudo catástrofes. Cada vez más rápido, del crack del 27 a la crisis del petróleo del 73 hasta la sobresaturación de las diferentes burbujas bursátiles de fin de siglo pasado: asiática, tecnológica, de la construcción…, el sistema se ve sobrepasado por los propios agentes tecnológicos por él puestos en juego.
Un sistema condicionado por la absoluta simulación de una ley de la oferta y la demanda sin ninguna correlación con el mundo real de la producción, una regulación gubernamental y estatal que infla datos numéricos en una abstracción absoluta de la correlación valor de uso/valor de cambio, ha conseguido que un sistema ya al límite juegue con la posibilidad cada vez mas fehaciente de que acontezca el Accidente.
Al igual que la tensión de Bahía Cochinos en la Guerra Fría estuvo a punto de desencadenar el Accidente, del mismo modo que a finales de los 80 el botón rojo que daba acceso al arsenal nuclear soviético estaba en manos de una persona con graves problemas de alcohol, la implosión dromótica del tiempo real y del sistema único está a punto de provocar la bomba, en este caso bomba informática.
Bomba atómica para el capitalismo industrial heredado todavía del período de entreguerras sometido a la tensión del estado del bienestar occidental y la utopía comunista, bomba nuclear del capitalismo postindustrial que corría ya detrás del desenlace final de la carrera armamentística y espacial, y bomba informática del capitalismo tecnológico que hace del mundo una basta instantaneidad de tiempos y lugares indiferenciables e indistinguibles, son los Accidentes con los que el sistema ha tenido que lidiar para, en su vorágine, llegar hasta el momento actual del simulacro global.
Porque, corriendo paralelo al proceso genealógico del sistema-simulacro actual, si la fantasmagoría marxista que en un primer momento conllevaba la alienación de la mercancía, ahora, merced a la fagocitación de la realidad a manos de la dromótica de la implementación capitalista, la realidad entera ha sucumbido al poder fetichizador y subyugante de la fantasmagoría.
Y, junto a esta sucesión a velocidad límite de puntos de colapso y de no-retorno, la Historia sigue de igual manera su camino. Pero se trata ya de una Historia amortajada, renuente a continuar. ¿Cómo puede entenderse una Historia que dé sustento al progreso desquiciado que ha convertido cualquier acontecimiento en simulacro y que ha roto con cualquier límite espacial y temporal gracias a la hipertecnologización?, ¿de qué historia se puede hablar si todo es explicado en base a redes mediáticas de información global e instantánea que imposibilitan toda mediación memorística y de adquisición de conocimiento?
Con todo, la trampa de dar cuenta del fin de la Historia, desde Hegel hasta Fukuyama, no descansa sino en el error de considerar la Historia como un objeto de conocimiento cerrado y limitado en sí mismo. Por eso, ¿qué punto y final se puede aducir en cualquier narración si todo queda ahora en manos de un devenir fantasmal que hace implosionar cualquier tesis de acabamiento en la red de imágenes espectrales surgidas del bombardeo mediático de los mass media?
De ahí que Danto, en sus comienzos como filósofo analítico de la Historia e influido por el desprestigio al que Popper había llevado el historicismo, tensase la dependencia que todo acontecimiento histórico tiene de interpretaciones siempre surgidas a posteriori. La Historia entonces pasaba a entenderse como cualquier cosa excepto como un ente acotado y listo para ser estudiado.
La Historia se convierte en máquina de interpretaciones. La interpretación, de un sentido textual y hermenéutico, siempre al servicio de aperturas de sentido con que abrir horizontes de significado, pasó a ser la manera de acercarse a una Historia que ya no podía ser captada en su presencia, sino que era necesario inferirla de un futuro siempre deviniendo diferente.
Así pues, sistema endogámico capitalista y narración como interpretación son los instrumentos de disección de una Historia que sigue, pese a todo, su marcha.
¿Qué ha sucedido entonces para que la historia de ese sistema (el que nace en la modernidad) se vea tan comúnmente asaltado por la interpretación de un final en su progreso?
Lo que ha sucedido, y al hilo de la explosión dromótica, es que prácticamente todos los ámbitos de actuación y producción del ser humano en el devenir de la Historia, se han visto problematizados hasta tal punto que, uno por uno, han ido sufriendo en sus carnes la necesidad de considerarse como acabados al no poder imaginar interpretaciones ni presentes ni futuras.


Todos y cada uno de ellos han saltado por los aires bajo el poder dogmático de una conciencia subjetivizadora que, primero con un manufacturar artesanal, luego con una producción mecánica e industrial, y mas tarde con una tecnologización de todos los ámbitos de actuación humano, ha ido cosificando la naturaleza real hasta convertirla en una atrofia simulacionista y fantasmal. Por tanto, la Historia como ente cerrado no existe, pero tampoco es nada sobre lo que se pueda ensayar interpretaciones, ya que todas ellas caen del lado del simulacro del presente-continuo que prohíbe cualquier atisbo de utopía.
El proceso ha ido incrementando su velocidad hasta llegar a esta época postutópica donde ya no es que nuevas interpretaciones puedan surgir en el momento menos esperado, sino que, como se ha visto, el sistema entero descansa en un acabamiento y anquilosamiento que solo permite la simulación como regla del juego, donde el valor de cambio universal ha devenido una abstracción usada como reguladora de este sistema fantasmal por parte de sujetos con posibilidad de decisión cada vez mas ‘soft’ o cada vez más transpersonales (MTV, CNN, FMI, ..), y donde, principalmente, los procesos de generación de interpretaciones que toda narración lleva en su seno se ven asaltados por la imposibilidad de continuar.
Velocidad límite en el transmitir informacional y mediático, indistingibilidad de tiempos y espacios subsumidos en el aquí y ahora global del presente-continuo, una subjetividad que forma parte de la topología desiderativa que la economía libidinal del capitalismo ha conseguido poner en marcha: todo ello forma parte de un acabamiento de todos los ámbitos de lo humano que, herederos de la Ilustración, todavía intentan dar cuenta de una universalidad en el producir humano como proceso de racionalización.
Entre ellos, el arte, como producirse social, también tiene su particular manera de llevar acabo su acabamiento. Si se quiere, debido a la capacidad negativa del producir ilustrado y racional que el arte lleva en su seno en forma de promesa original, el fin del arte es, ni más ni menos, que el final de una manera de producir social que, al tiempo que permite y promueve la cosificación y dominio técnico de la naturaleza, también despliega el ámbito crítico de lo específico humano en ese producirse.
Porque es esa capacidad de producirse negativamente como crítica al sistema lo que constituye la característica esencial del arte nacido con la primera reflexión estética de mediados del XVIII.
Por ejemplo, Freud definía la cultura en términos de represión. Negatividad, espacio crítico, represión, incluso el hacer surgir la diferencia (en sentido postestructuralista y derridiano), son maneras de nombrar lo mismo: la inadecuación del arte con su propio concepto, de forma que aquello que desvela es al mismo tiempo lo que oculta. Habiéndose fetichizado ese ámbito intermedio, habiéndose cosificado esa diferencia, el arte ya sí que coincide consigo mismo, pero como cosa, como mercancía, como máquina productora de imágenes huecas.

Perfilándose el sistema como perfección absoluta de manera que hasta los impulsos libidinales del sujeto ha logrado fetichizar, habiéndose convertido dicho sistema en un entramado abstracto de simulaciones fantasmales donde cualquier acción crítica o cualquier intento de re-politizar la escena puede, y de hecho es, inmediatamente subsumida por la implosión de imágenes huecas con que los mass media se cuidan mucho de bombardearnos, la negatividad esencializadora del arte no es sino otra diferencia, otro valor de cambio, fetichizado en la vertiginosa carrera tecnológica y mediática que él promueve para su perdurabilidad.
Al arte entonces no le queda nada. Vaciado, cosificado en imágenes que devuelven su propio reflejo vacío y fantasmal, el arte se ve empujado a seguir su marcha pero renunciando a eso que le era propio y haciendo ímprobos esfuerzos por guardar algo que le constituya de alguna manera.
El final, como todo acontecimiento importante, ya decía Marx que sucedería dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. Este fin de semana, aquí en Madrid, en ARCO como más tarde será en lugares diferentes (aunque idénticos), no sabremos si será una ejemplificación de la tragedia o de la farsa, pero contemplar la masificación e idolatría que despierta el arte moderno, quizá sea un ensayo general de la broma en la que todo se desinfla.
En todo caso, será la plasmación del espectáculo perfecto: el espectáculo de un final que juguetea consigo mismo sabedor de que en cualquier caso, el Accidente, o está sucediendo siempre, o no sucederá en absoluto.

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