domingo, 8 de febrero de 2009

EL PODER QUE BAILA

FERNANDO SÁNCHEZ CASTILLO: ‘DIVERTIMENTO (notas para la educación estética de las masas)’GALERÍA JUANA DE AIZPURU (8/01/09-18/02/09)De la subversión al divertimento, la relación de la masa con el poder ha sido siempre tan cambiante como ambigua. Pero lo que sí que es cierto es que, el poder, al igual que se ejerce, fascina. Por la idiosincrasia de sus maneras, por el estoicismo abigarrado y mentiroso de su autoritarismo, por el triunfo de esa voluntad de hierro que, en su saber siempre lo que hay que hacer, que coincide de forma misteriosa siempre con lo que mas le conviene, sigue haciendo de las suyas por doquier y, además, impunemente.




Por todo ello el poder ejerce un magnetismo que aunque solo sea para despotricar contra él, siempre es susceptible de encontrar un resuello de admiración.
Hoy en día, sin embargo, la radicalidad del triunfo del poder es total y absoluta. Desde Foucault se sabe que el poder no es solo un instrumento, sino que forma parte de las tecnologías que, desplegadas, constituyen y construyen las subjetividades. Tomando esto como premisas del constituirse del poder actual como tal, el camino realizado por este poder hasta nuestros días no deja de seguir la estrategia fetichizadora de la economía libidinal de la mercadotecnia capitalista.
Desideologizando el campo transitado por esas tecnologías, despoblando el relieve político, haciéndolo depender de cuestiones que más tienen que ver con constructos subjetivos al nivel de lo pasional y el deseo, así, poco a poco, se ha ido gestando un poder al que no nos cabe otra cosa, porque lo deseamos, que unirnos en su barbarie.
De hecho, el día en que lo social se constituya por fin como tal, el número de excluidos e incluidos será casi idéntico: la maquinaria libidinal del poder administra su poder tensando cada vez mas la cuerda, de manera que el estar conectado, el pertenecer a la masa (¡pues es donde queremos estar!), el ser capaces, en una palabra, de dotarnos de una subjetividad, requerirá por nuestra parte una cada vez mayor dosis de fascinación por ese poder político que, en el despliegue cada vez mas perfecto de sus tecnologías, se ha convertido en espectáculo y divertimento.
Porque, fetichizando la política, la gestión del poder deviene espectáculo y divertimento. La estrategia es, por tanto, perfecta: ¿quién no quiere adherirse a esta fantasmagoría de un poder en apariencia venial? Participar del espectáculo, pertenecer a la masa, esa masa que en su salvajismo desgaja, de buenas a primeras, pedazos de ese poder fetichizado que le da permiso para comportarse como pequeños tiranos sometidos al impulso de sus deseos que saben serán cumplidos; eso es lo que nos permite el adherirnos al poder.
Por tanto, lo político, el poder, se ha transformado en otro lugar para el espectáculo, para el divertimento de unas masas que, satisfechas con estar conectadas a la máquina expendedora de simulacros que, a la vez que los selecciona, los satisface, tienen bastante.
De hecho, es que es imposible no dejarse fascinar por esta intrincada maquinaria sublimatoria y omnipresente de un poder que, en su fagocitarse plural, es capaz de encontrar lo perfecto maquínico del adiestramiento de masas. El lugar para la posible oposición se desvanece por la misma función esquizofrénica de vernos representados únicamente como consumidores compulsivos y adiestrados.
Así las cosas, ¿qué nos queda? Simplemente gozar del espectáculo. No hay dejación de intereses, no hay sometimiento ciego. Nuestras armas son pocas porque nuestro tiempo es esquizofrénico además de acabado.
La belleza, porque se trata de belleza, de unos tanques antidisturbios, ejecutando brillantes pasos de baile y juegos florales, quizá sea la representación perfecta de la actualidad de un poder que ya no se impone ni decapita libertades. Se trata, como ya hemos dicho, del buenismo de un poder que se preocupa por no dejar de fascinarnos y engatusarnos, del talante del buen rollismo preocupado por lograr la unanimidad de la masa.




Solo sentémonos a contemplar el espectáculo. Sin duda que nuestros deseos, nos serán desvelado y satisfechos al mismo tiempo. De nada tenemos que preocuparnos.
Pero es que además, como bien dice el artista, con el espectáculo político de un poder danzarín, lo que se consigue además es, nada más y nada menos, que la inserción de ese mismo poder en una sociedad espectralmente democrática a través de la alta cultura.
Política de la parálisis, de la delegación de toda responsabilidad en aras de la posposición de un futuro solo imaginado como desastre, del conflicto como lugar de la simulación cínica que no hace sino desear compulsivamente la congelación de toda utopía.
Si la política aristocrática del príncipe de Salina era cambiar todo para que todo siguiese igual, el espectáculo de los tanques antidisturbios nos recuerdan el cinismo de una sociedad que se redime en la mismidad perpetua del divertimento y el espectáculo.

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